El miedo es una emoción encargada de mantenernos con vida. Se trata de un poderoso instinto que nos mantiene lejos de situaciones peligrosas, y lo hace en muchos casos desencadenando una serie de reacciones que nos hacen actuar sin darnos cuenta. En cierta forma, nos gusta sentir miedo, de forma más o menos controlada, porque nos hace sentir vivos y alerta. 

El mecanismo que desata el miedo se encuentra en el cerebro de los reptiles, que regula acciones esenciales para la supervivencia, como comer o respirar, y en el sistema límbico, que regula las emociones y las funciones de conservación del individuo. 

La amígdala, incluida en este sistema, revisa continuamente la información recibida a través de los sentidos. Cuando detecta una fuente de peligro, desencadena los emociones de miedo y ansiedad. La amígdala dispara la respuesta del hipotálamo y la pituitaria, que segrega hormona adrenocorticotropa. Casi al mismo tiempo se activa la glándula adrenal, que libera epinefrina, un neutrotransmisor. 

Ambas sustancias químicas causan la generación de cortisol, una hormona que aumenta la presión sanguínea y el azúcar en sangre y suprime el sistema inmunitario. 

 Se trata de conseguir un subidón en el nivel de energía disponible en caso de tener que reaccionar ante la amenaza. Por resumir, lo que hace el cerebro es reconducir todos los recursos necesarios para actuar ante el peligro que percibe, sea real o no. Sea intencionado o no.

Las hormonas que genera tu cerebro cuando te asustas tienen el objetivo de prepararte para una posible acción muscular violenta, necesaria para huir o pelear.  

Esto es lo que hace tu cuerpo como respuesta: 

-La función pulmonar y cardiaca se aceleran para llevar el oxígeno a todos los músculos. 

-Los vasos sanguíneos se contraen en muchas partes del cuerpo, por eso te pones pálido o muy colorado, o alternas entre ambos estados. 

-La función estomacal y del intestino alto se inhibe, hasta el punto en que la digestión se ralentiza o incluso se detiene.

 -Los esfínteres se ven afectados de forma general, causando en algunas ocasiones una pérdida de control. Además, la vejiga se relaja (empeorando el problema anterior). 

-Se inhiben las glándulas lagrimales y las que producen saliva, así que se te seca la boca y rara vez lloras durante un gran susto. 

-Dilatación de las pupilas, visión con efecto túnel y pérdida de audición. Por eso en momentos en que estás muy asustado no ves ni oyes prácticamente nada más que lo que te asusta.

Todos esos fenómenos tienen cuatro objetivos concretos, necesarios en caso de enfrentarse a una amenaza. El primero, es aumentar el flujo sanguíneo hacia los músculos, motivo por el que se retira de otras funciones en ese momento secundarias; el segundo, proporcionar una aportación de energía extra al cuerpo, para lo que aumenta la presión sanguínea, el ritmo cardíaco y el azúcar en sangre; el tercero, prevenir una pérdida de sangre excesiva en caso de resultar herido, por lo que se potencia la función de coagulación, y el último es hacer al cuerpo lo más fuerte y rápido posible, para lo que se aumenta la tensión muscular.

Es seguramente la pregunta del millón: si el miedo está asociado al dolor y emparentado con el estrés, el pánico y la ansiedad, ¿por qué hay personas que disfrutan pasando miedo? Sin ellas no existirían las casas del terror de los parques de atracciones ni todo un género cinematográfico.

Por un lado hay que tener en cuenta de que el miedo es una ventaja evolutiva intrínseca a la supervivencia. Y por otro lado que cuando nos asustamos y algo nos emociona o produce placer, nuestro cerebro genera las mismas sustancias: adrenalina, dopamina y endorfinas. Es el contexto lo que nos hace disfrutar de ellas o no, y si el miedo lo estamos sintiendo, pero cómodamente sentados en nuestro sillón o en una butaca de cine, el contexto no es amenazador y la experiencia resulta mas positiva que negativa.

Y a ti ¿Te gusta pasar miedo?

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