Hemos vivido ¿o quizás debería decir -estamos viviendo-? una época de grandes cambios sociales, con profundos desequilibrios socioeconómicos que generan problemas a todos los niveles. Estos cambios, desde un punto de vista psicológico, exigen comprensión, aceptación y preparación.
La comprensión del cambio resulta un aspecto esencial para entender que es lo que está ocurriendo y, por ende, con nuestro estilo de vida. Para ello, debemos dejar de lado muchas de nuestras ideas previas, estructuras de pensamiento y ser capaces de “pensar fuera de la caja”. Son datos innegables que requieren mirar más allá de nuestros apegos y nostalgias para imaginar un mundo diferente. Y mejor.
Y este es el segundo paso del cambio: la aceptación. En el sentido más literal de la palabra. Podemos añorar o resistirnos a salir de nuestra zona de confort, pensando en aquellos momentos de abundancia del pasado (que en realidad existieron solo para unos pocos), o podemos subirnos al tren de este cambio para caminar con él. Es un enfoque activo, necesariamente. No vale quedarnos a la espera para “verlas venir”; esto no sirve. Es, literalmente, convertirnos en unos expertos en nuestro propio cambio. Y abrazarlo como una forma de vida.
Indudablemente, este nuevo paradigma, nos conduce a unas nuevas necesidades, que no tienen nada que ver con el modelo clásico, que propiciaba la estabilidad y la consolidación como un objetivo básico.
Este modelo lleva olvidando hace muchos años el cambio, la necesaria adaptación y adecuación que necesitamos para, día a día, seguir en el tren de la vida. Así, cuando hemos llegado a una situación en la cuál muchas personas han tenido que dejar de trabajar en lo que habían hecho hace muchos años, nos hemos encontrado frente a un verdadero problema.
Porque es indudable, que lo que estamos viviendo va más allá de una crisis económica. Ante esto, podemos negar el cambio, enfadándonos ante estos avances, o podemos ponernos a crear. A pensar a que podríamos dedicar nuestro tiempo, que nos diese para vivir y disfrutar de nuestra vida.
Son dos posturas totalmente diferentes. Una viene determinada por el apego a lo que fue y queremos que vuelva; y la otra, ilusionante, que nos exige abrazar los cambio, fundiéndonos con ellos y protagonizándolos.