Hoy, cualquier niño de pocos años, ha recibido muchísima más información que cualquier otro homo sapiens de los que han pasado por aquí en los últimos 40.000 años. Pero no solo reciben sólo los estímulos de su entorno habitual, sino que en muchas ocasiones nos empeñamos en “enriquecerlo” y llenar absolutamente todo su tiempo con más actividades. Un tiempo libre absolutamente copado, que se combina con histriónicas series de dibujos animados, estridentes partidas de videojuegos en 3D y todo tipo de aplicaciones para llenar sus móviles, tabletas y cabezas, comenta Guillermo Cánovas, director de EducaLike en The Huffington Post.
El autor recoge la conclusión de la psicobióloga Milagros Gallo, del grupo de investigación sobre Neuroplasticidad y Aprendizaje de la Universidad de Granada afirmaba que: “El entrenamiento en tareas demasiado complejas, antes de que el sistema esté preparado para llevarlas a cabo, puede producir deficiencias permanentes en la capacidad de aprendizaje a lo largo de la vida”.
El problema de la sobreestimulación es que, provoca lo que denominamos “tolerancia”. El organismo se acostumbra a recibir con regularidad su dosis de estímulos, hasta que llega un momento en el que tal dosis no le satisface. ¿Qué hace entonces? Pues muy sencillo: buscar una dosis mayor. Los niños que viven este efecto se hacen cada vez menos sensibles a los estímulos del entorno, y necesitan cada vez más. Se vuelven hiperactivos, o se muestran desmotivados mientras su imaginación y creatividad se van mermando. Les cuesta centrarse mucho tiempo en una misma actividad, y sienten que sus pensamientos se atropellan los unos a los otros.
Aburrimiento positivo
Puede parecer algo paradójico, pero necesitamos más que nunca que los niños y niñas tengan tiempo para aburrirse. Aburrimiento positivo. De ese que lleva a moverse. Necesitamos que tengan tiempo todos los días para llevar a cabo actividades que no estén previamente estructuradas, organizadas y controladas por normas rígidas y preestablecidas. Es preciso que tengan la oportunidad de crear sus propias estructuras, normas y parámetros. Es necesario tener la posibilidad de explorar, y también la posibilidad de equivocarse.
Si un niño se aburre y desea actuar tendrá que terminar encontrando o creando sus propias motivaciones. Tendrá, en definitiva, que automotivarse. Y lo hará. Un niño o una niña en un parque, con un palito, arena y un par de piedras creará todo un mundo. Sentado frente a una mesa y con una caja llena de pinzas de tender la ropa, organizará una carrera de coches, desarrollará una batalla o realizará algún tipo de construcción. Una hoja en blanco, un lápiz y varios rotuladores darán lugar a todo tipo de creaciones…
Los niños y niñas de hoy, más que nunca, necesitan disponer de tiempo no estructurado y dirigido por sus mayores. La sobreestimulación, la constante motivación externa y el encadenamiento continuo de tareas y actividades programadas les saturan, agobian y ahogan su necesidad de crear.