Se piensa que lo justo es lo igual, y así es; pero no para todos, sino para los iguales. Se piensa por el contrario que lo justo es lo desigual, y así es, pero no para todos, sino para los desiguales.
Aristóteles

Cuando la pobreza de tus argumentos es evidente, comienzas a atacar a los de los demás. Esta es una de las premisas más comunes de la forma de actuar del ego. Construir argumentos sólidos, fundamentados en la evidencia, exige un trabajo que no muchas personas están dispuestas a acometer. Es un camino hacia la excelencia. Que supone debatir, abiertamente, nuestras opiniones, con quienes pueden aportarnos conocimiento.

Lo complicado de este camino, fascinante por otro lado, es precisamente la influencia que nuestro ego ejerce sobre nosotros. La humildad es el único tratamiento valido para contrarrestarlo. Y para ello tenemos que cambiar -y mucho-, nuestra forma de pensar y de actuar.

Huir de las discusiones inútiles, que no aportan nada, que no construyen, es el primer paso. Este tipo de actitud nos hace emplear nuestra energía en destruir lo que otras personas creen o piensan, y nos llevan a definirnos como anti- o contra-. Es algo que puede terminar desdibujándonos en la oposición y el odio. Sin aportar ideas o argumentos propios. No se trata de que no se pueda disentir o no estar de acuerdo. Es más bien todo lo contrario. Es un ejercicio de debate fundamentado que debe estar guiado por el respeto a las personas. Aunque sus ideas o argumentos no nos parezcan buenos.

Quien construye su vida destruyendo, no puede esperar que esta sea dichosa. Es más, probablemente se vea sumido en una rigidez mental que solo se sustenta en la oposición a lo que no le gusta. Y no encuentra -cada vez le costará más-, lo que si.

 

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