La paciencia es la compañera de la sabiduría.
San Agustín
La paciencia, la que tenemos con nosotros mismos, es la que define cuanto y como nos queremos. Podemos elegir entre una actitud que nos juzga por lo que no somos, o podemos hacerlo por una que celebra lo que eres. Una lleva a amarte. La otra ya sabemos a donde te lleva.
Uno de las factores que influyen más en nuestra satisfacción vital es la paciencia. Desafortunadamente, en un mundo de inmediatez, no es tan siquiera popular hablar de ella como una virtud. Es normal, se ha retorcido su significado profundo y su importancia para nuestro aprendizaje, para utilizarla, en muchas ocasiones como una excusa de la incapacidad de otras personas para llevar a cabo sus responsabilidades.
Pero la paciencia es un ejercicio íntimo, nuestro. Casi podríamos decir que nos define como seres humanos, puesto que nos hace vivir el día a día en una actitud observadora, atenta, tratando de entender y aceptando los cambios, sin juzgar. Recuerden aquella famosa frase: “si tiene solución ¿por qué te preocupas?, si no la tiene ¿por qué te preocupas?” La paciencia determina como buscaremos soluciones.
Tener paciencia se confunde en muchas ocasiones con una actitud pasiva, que deja ocurrir lo que sea sin intervenir para cambiarlo. Pero es todo lo contrario. Es un proceso de reconocimiento del natural devenir de la vida, uniéndose a él, en lugar de tratando de acelerarlo. Tener paciencia se cultiva, y es un ejercicio que, a medida, que lo vamos manejando, nos da una maravillosa sensación de pertenencia. Formamos parte de lo que está ocurriendo. No intentamos cambiar nada. Somos parte de ese cambio.
La paciencia es, además, una magnifica forma de empatía. Al desarrollarla en nosotros, seremos capaces de hacerlo con las otras personas, respetando sus procesos, sin intentar modificarlo o adaptarlos a los nuestros.
Indudablemente, esta capacidad exige una enorme dedicación y continuos ajustes en un mundo frenético. Deberemos estar atentos para reconocer esos momentos en los que nos dejamos llevar por las prisas, por la impaciencia, para detenernos y devolvernos a nuestro propio ritmo.