Ya no hay quien sepa el arte de la conversación, es decir, de la discusión. Conversar es entrar en el surco que ha trazado el otro, y proseguir en el trazo y perfección de aquel surco; diálogo es colaboración.
Massimo Bontempelli
Nuestra tendencia natural a razonar puede, en ocasiones, jugar en nuestra contra. Me explico. No es que les esté proponiendo que no busquemos la forma de debatir o de contradecir algo con lo que no estamos de acuerdo. Se trata de saber cuándo debemos parar esta conversación, para no terminar contaminados y agotados emocionalmente por ella.
Si continuamente intentamos razonar aquello que no nos parece adecuado, exacto, fiable, fundamentado en la ciencia…, corremos el peligro de estar, a su vez, permanentemente en estado de discusión. Este estado de alerta permanente, paradójicamente, nos lleva a dejar de ser razonables. A perder nuestra paciencia y entrar en un estado totalmente competitivo, en el que pronto, los argumentos dejan de tener sentido o valor, para pasar a tenerlo los gestos, volumen de la voz, chascarrillos … Nada que no podamos ver en cualquier programa mal llamado de debate de la televisión.
Porque, si nos empeñamos en razonar con quien no está dispuesto a hacerlo, terminaremos enfangados en las emociones que nos causa esta misión imposible.
No estamos planteando, en absoluto, que dejemos de manifestar nuestro desacuerdo, cuando lo estimamos conveniente o adecuado. Lo que sugiero, y es una táctica de supervivencia emocional, es que no esperemos o tengamos expectativas, de que nuestra opinión vaya a conseguir que la otra persona cambie su forma de pensar o de actuar.