Me gustaría comenzar, haciéndoles una pregunta
¿Cuántos de ustedes se han sentido tristes durante el día de hoy?¿Cuántas veces?

La tristeza forma parte de nuestras vidas. Y saben ¡No es malo! Más bien todo lo contrario. Es lo que nos permite ser conscientes de aquellas cosas que nos perturban, que nos conmueven, que nos enfadan, que nos indignan.

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Cuando alguien que nos importa está triste, nuestra típica respuesta es decir, “todo va a ir bien”. Esto, creemos, disminuye la percepción negativa de la situación y creemos conseguir que la persona reduzca su tristeza a un nivel que posibilite una salida emocional positiva.
Pero no es así. Investigaciones recientes han demostrado que querer disminuir excesivamente la negatividad de una situación puede ser algo contraproducente. Cuando intentamos confortar a alguien mostrándole que las circunstancias no son tan graves como piensa, el mensaje implícito es que su nivel de dolor no es socialmente aceptable.
Si estuviese bien su grado de tristeza, no estaríamos tratando de animarle. Las expectativas sociales percibidas acerca de cuando podemos estar tristes provocan que las emociones negativas empeoren. De esta forma, cuando las personas se sienten tristes y perciben que los demás no creen que deban estarlo, sus emociones negativas se amplifican.
No estoy diciendo que no confortemos a quien lo está pasando mal. Lo que digo es que lo hagamos compartiendo su dolor y haciéndole sentir arropado en una situación difícil.
Nos hace sentir que lo que estamos experimentando es realmente como debemos sentirnos. A largo plazo, esto nos conforta de verdad.

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Lo que nos hace llorar, hace que apreciemos mucho más lo que nos hace sonreír. Somos una montaña rusa de emociones que bajan y suben. Es lo que hace que nos sintamos vivos. No paremos nuestras emociones, recordemos que son de ida y vuelta, después de la amargura viene la dicha. Y así debe ser.
Pretender que la felicidad sea algo permanente es, a la par que algo imposible, una empresa tremendamente frustrante. Y que nos puede llevar por caminos tortuosos para mantenerla. Aceptar el vaivén emocional es la vida. No lo olvidemos.
Así pues, empecemos tristes … para ir alegrándonos. ¿Les parece? La tristeza es un derecho. Forma parte del juego de la vida. Es una de las formas que tenemos de expresar lo que nos importa. Tenemos derecho. Dejemos que fluya … sin encariñarnos con ella, claro.

Es en la aceptación de este necesario balance emocional donde reside nuestro ansiado equilibrio. Aunque pueda resultar en extremo paradójico, se asemeja mucho a lo que ya dijo Galileo en su tiempo “Pero se mueve”. Es decir, solo aceptando el movimiento, abrazándolo en cierto modo, podremos tener nuestro ansiados momentos de felicidad … y disfrutarlos
Podemos asegurar, con certeza, que lo único constante es el cambio.

Por esto nuestra ansiada estabilidad tiene mucho más que ver con nuestra propia consciencia de donde estamos, como nos sentimos, que con cualquier otro planteamiento que implique pretender que nada se mueva.

Tras esta reflexión que me apetecía compartir con ustedes, vamos a ponernos manos a la obra para intentar responder a la pregunta que les hago como título de mi intervención.
¿QUERER ES PODER? Se las trae ¿verdad?. Quizás la única respuesta realista para esta pregunta es: ¡Depende!. Muy a pesar de todo aquello que nos puedan estar contando todas las versiones posibles de los positivismos mágicos, no podemos conseguir todo aquello que nos propongamos. Al menos, no de la forma que nos lo pretenden vender.

Porque, parece complicado que, saltándonos todas nuestras limitaciones, podamos, simplemente, acceder a aquello que no hemos conseguido hasta ahora. Es una visión modificada de Un Mundo Feliz, de A. Huxley, que parece querer que pensemos que todo depende de nuestra voluntad, de las ganas que pongamos y de la actitud que tenemos en la vida.
Pero no es así. Por supuesto, la voluntad, las ganas y la actitud forman parte indispensable de cualquier cambio que queramos introducir en nuestra vida. Pero son solo eslabones del engranaje que lleva a conseguirlo. Son otros muchos los factores que lo hacen. Es para lo que estoy aquí hoy, para ir analizando para ustedes algunos de ellos, que forman parte de esta maquinaria personal que nos puede llevar a conseguir aquello que nos propongamos.

Pensemos. Si yo, que no he esquiado nunca, me pusiese unos esquís ¿qué posibilidades tendría de avanzar siquiera un par de metros? Pocas ¿verdad? Pues esto es lo que parecen estar proponiendo muchas de las formulas mágicas hacia la felicidad. Literalmente, nos sugieren (o venden), que leyendo un libro, participando en un taller “fantástico” o escuchando a un reputado orador, nuestra vida cambiará. Si, es verdad, puedo estar exagerando y no es esto lo que nos dicen. Proponen una decisión, unos pasos, una preparación … ¡Puede ser! Pero esto no es lo que vende. Lo que dicen sus propagandas es más sencillo. ¡Ven y tu vida cambiará! Y apenas tendrás que hacer nada (sino un pequeño donativo), para conseguirlo.
Pero las cosas no funcionan así. Ni de lejos. El trabajo que debemos hacer, empieza por nuestro auto conocimiento. Se parece más a un diagnóstico, sin prejuicios, de nosotros mismos. Y esto, difícilmente, lo podremos llevar a cabo en poco tiempo.

La frustración viene, en la gran mayoría de ocasiones, de no conseguir aquello que deseamos, esperamos o ansiamos. Esta es una de las consecuencias, y orígenes, de nuestro malestar emocional.
Y, aunque en unas pocas circunstancias puede ayudarnos a reconocer nuestras equivocaciones y reformular la forma de afrontar aquello que nos propongamos, en muchas otras, nos puede hundir en una sensación de incapacidad y tristeza, difícil de sobrellevar.

Con la idea de ayudarnos a aceptar este cambio inmutable que somos, les propongo hacer un pequeño viaje conceptual sobre aquello que nos ayuda o no a ello.
No trato de ser exhaustivo. Lo que les propongo es una reflexión acerca de algunas cuestiones que influyen, para bien o para mal, en nuestra felicidad.

¿Qué no ayuda?

Quizás es la primera palabra que se nos puede venir a la cabeza, los problemas. O más bien el concepto que tenemos de ellos. Podríamos decir que la definición de problema está íntimamente ligada al cambio. Es una forma que tiene de manifestarse.
Los problemas son cambios que no nos gustan. Lo se, muy simple. Por lo general son torpiezos que interrumpen nuestro camino

Sin entrar a valorar que los planes están para cambiarse y que, desafortunada o afortunadamente hay pocas cosas que podamos controlar, lo que determina el impacto que los problemas tienen en nosotros va a ser la actitud que tengamos ante ellos.
Si lo hacemos con una actitud positiva, creativa e innovadora, serán retos. Si dejamos que nos lleven con ellos, bajando nuestra cabeza y permitiendo que nos domine la desazón, serán vallas infranqueables que nos apartaran, definitivamente, de nuestro camino.

Estrechamente ligado a los problemas, están las expectativas. Esa fantasía que todos y todas tenemos en la que la vida se debe desarrollar, según nosotros creemos.
Aquí se incluyen aspectos tan diversos como el comportamiento de nuestros hijos, de nuestra pareja, la sociedad o el clima.
Si no ocurren como debería ser (es decir, como creemos nosotros que debería ser), nos enfadamos o nos frustramos. Y generalmente no se nos pasa por la cabeza que aquello que nosotros profetizábamos pueda tener sus propios planes
Y no tiene porque coincidir con los nuestros

Y aquí viene nuestro “palito en la rueda” preferido a la hora de hacernos infelices. El ego. Porque, cuando ocurre algo fuera de lo que nosotros queríamos o preveíamos, no se nos pasa por la cabeza que podamos ser nosotros los responsables. Bien por nuestras expectativas o por no haber asumido nuestro papel en el curso de las circunstancias.
El ego tiene otra cara, igual de perjudicial, que lo que nos hace pensar es que todo lo malo que ha ocurrido, es culpa nuestra. Ambas versiones son igualmente nocivas para nosotros, aunque a primera vista pueda parecer que la segunda lo es más que la primera.

La necesidad que podamos tener de controlar todo lo que ocurre, tanto a nosotros como a quien nosotros decidamos que debemos controlar, es una de las expresiones, a su vez, de las expectativas y del ego.
Aceptar que la vida se desarrolla bajo sus propias reglas, y que son multitud de factores -que no podemos controlar-, los que influyen en ella, puede resultar algo especialmente difícil en un mundo en el que la fantasía del mismo se hace presente en cada rincón. ¡Hasta que todo se descontrola!

El juicio es otro de los efectos colaterales perniciosos de todo este proceso. Es la tendencia que vamos adquiriendo con los años, el adoctrinamiento y el miedo al cambio, a juzgar todo aquello que no funciona de acuerdo a nuestras predicciones.
Adquiere muchas formas. Religión, raza, orientación sexual, edad, género … son algunos de los tópicos que adoptan estos juicios. En el fondo no es más que una profunda falta de respeto por la otra persona.

Todo esto nos lleva al miedo, y más específicamente, a la manifestación emocional del mismo: la ansiedad y el estrés.
El estrés malo, aquel que en lugar de conducirnos a actuar, nos paraliza y nos deja indefensos, es una consecuencia directa de pensar que las cosas son predecibles, que tenemos control sobre ellas, que algo estamos haciendo mal o que el mundo está confabulando contra nosotros.

Los juicios tienen una peligrosa deriva cuando de alimentan del resentimiento que en palabras de Louise Hay, aparecen cuando culpamos a los demás y no asumimos la responsabilidad de nuestras propias experiencias.
El resentimiento nos hace ver la vida de forma negativa. Proviene de frustraciones pasadas o presentes que descargamos en otros.
Está en el origen de cualquier movimiento de intolerancia, de odio a lo diferente. Y es auto justificativo. Estamos resentidos. Y buscaremos todas las razones, por más peregrinas que puedan parecer, para hacerlo.

¿Qué ayuda?

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No somos conscientes de lo que nos hace sonreír
Dentro de aquellas actitudes y habilidades que nos ayudan a ser más felices, siendo más conscientes de quienes somos, las que les presento a continuación son solo una pequeña muestra. Podemos decir que todo lo que suponga una visión positiva y constructiva del día a día, estaría en esta lista.
Y sería tan larga como personas podemos estar hoy aquí. Porque todos tenemos algo íntimo que nos hace sonreír.

La curiosidad es algo con lo que nacemos, y que va desapareciendo gracias a un extraño fenómeno que llamamos rutina Dicen que la tenemos cuando nacemos y que, luego, por un extraño proceso que se llama rutina, lo perdemos. Recuperemos nuestras ganas de ver el mundo con ojos nuevos. A veces es tan sencillo como mirar hacia arriba.
Si lo hacemos a menudo, igual hasta nos acostumbramos a ello

La pasión es esa fuerza que surge cuando no parece que el tiempo pase, o que lo haga volando. Si ¡de esa también! Pero la pasión se aplica a todo, no solo al amor de pareja. Es una de las medidas más certeras de felicidad. Cuando nos apasionamos es inevitable que sea así.

La perseverancia es imprescindible para conseguir lo que deseemos
En un mundo en donde todo se quiere conseguir rápido, esta fortaleza o virtud, no siempre es bien comprendida Frecuentemente, quien no la practica, la confunde con la suerte, la fortuna o cualquier otro sinónimo, que implique que quien si lo hace, no tiene ningún mérito. Creanme, puede no ser suficiente, pero si indispensable

Dejar ir No nos gusta que las cosas acaben y que así debemos aceptarlo.
Difícil ¿verdad? No nos gusta, como hemos dicho antes, que las cosas no vayan como querríamos. Y cuando lo hacen, nos resistimos a que sea así
Nos apegamos a los recuerdos. A los ¿y si? y esto nos engancha en un juego perverso de frustración e impotencia. La aceptación de que las cosas acaban y que así debemos vivirlo es, probablemente una de las fortalezas más difíciles de entrenar.

Aprende a decir no a quien no te trata con el respeto y consideración que mereces. Aprende a quererte lo suficiente para que cuando alguien llega a tu vida y te trata negativamente, invitarles a seguir su camino o irte tu.
Tienes, en ti, la fuerza necesaria para hacerlo.

Asociada inevitablemente a la perseverancia, la confianza en uno mismo también tiene una relación directa con la consciencia de nosotros mismos.
Solo mediante un profundo trabajo de conocimiento propio, sin juzgarnos, alimentaremos nuestra confianza propia. Un aspecto central para nuestro desarrollo personal.

La resiliencia es la capacidad humana para sobreponerse a las circunstancias más adversas. Muchas de las características que hemos visto hasta ahora tienen que ver con la resiliencia. A menudo no somos conscientes que la poseemos hasta que no nos vemos en dificultades
Entrenarla, desde pequeños, como un aspecto más de nuestro viaje personal hacia nuestro conocimiento propio, es posible. Y cuanto antes empecemos mejor.

El esfuerzo lo define ese momento, en el que creemos no poder más, y decidimos seguir adelante. Inevitablemente asociada a la perseverancia, el esfuerzo, o la tolerancia a la frustración como la denominamos en psicología, no es otra cosa que nuestra capacidad de sacrificio. Lo define ese momento en el cual no podemos más, vemos como otros abandonan, y decidimos seguir adelante
No creo que hoy sea necesario pensar mucho en un ejemplo. Lo tengo delante.

Aprender no termina nunca. Y es algo maravilloso. Hay que estudiar. Siempre. Si queremos aprender, mejorar, saber más, es imprescindible No se trata de la carrera que tengas, que puede definir muchas de tus competencias, sin duda.
Se trata de la capacidad que tengas para ejercerla con eficiencia y eficacia.

Aceptarnos es el comienzo de un camino hacia nuestro interior. Se hace sin expectativas, sin juicios. Es una actitud de exploración que nos permitirá descubrir nuestras más íntimas capacidades

La voluntad es esa pequeña llama que se queda encendida cuando parece que ya no hay luz. Nos empuja a seguir adelante, aunque no es suficiente en si misma.
La voluntad es un proceso, que si bien comienza con una decisión, exigirá muchas otros compromisos para poder salir adelante.

Conexión. Ansiamos, permanentemente, desconectar. Y no somos conscientes de que es precisamente todo lo contrario. Lo que necesitamos es conectar. Conectar con lo que hacemos, disfrutar de los momentos que vivimos junto a las personas que queremos y aquello que nos apasiona,

La empatía es la capacidad para ponerse en el lugar del otro y saber lo que siente o incluso lo que puede estar pensando.
Las personas con una mayor capacidad de empatía son las que mejor saben “leer” a los demás. Son capaces de captar una gran cantidad de información sobre la otra persona a partir de su lenguaje no verbal, sus palabras, el tono de su voz, su postura, su expresión facial, etc.

Cuando nos enfocamos es algo mágico, maravilloso. En un mundo con multitud de estímulos que nos distraen permanentemente, hacerlo es casi un acto de rebeldía
El enfoque está íntimamente ligado a la conexión y es esa capacidad que tenemos, aunque a veces no la encontremos, de dedicar toda nuestra atención a algo o a alguien
Cuando ocurre, es maravilloso.

Perdonar no es justificar el daño, sino dejar de ser víctimas de él. Requiere generosidad y compasión con nosotros mismos. Una de las capacidades sin duda más difíciles.
Entenderlo, es enormemente complicado. Requiere generosidad y compasión con nosotros mismos. Es un proceso en el que debemos ausmir que, aunque algo nos pueda haber dolido, dejar que se quede con nosotros es una decisión nuestra.

Optimismo. Si. Porque es la única forma de ir hacia adelante. A veces a trompicones, incluso tristes o enfadados. Pero, recuerden, matemáticas. Lo único que suma es lo positivo. Lo negativo tira de ti hacia atrás. Puedes tenerlo en tu vida, pero te encariñes con él. Déjalo ir
Esto es el optimismo inteligente o realista. Una actitud constructiva hacia la vida.

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Lo único constante es el cambio. Puedes subir al tren de la vida o seguir intentando pararlo. Sin fortuna. A pesar de que toda nuestra cultura está pensada para parar el tiempo, no es posible. Es la aceptación de esta realidad la que realmente supone un verdadero antes y después.
Puedes subir al tren de la vida o seguir intentando pararlo. Sin fortuna

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