Cuando digo controlar las emociones, quiero decir las emociones realmente estresantes e incapacitantes. Sentir emociones es lo que hace a nuestra vida rica.
Daniel Goleman.
No es algo que nos preguntemos con frecuencia. Es más, podemos decir que es todo lo contrario. Nos planteamos poco aquello que nos hace vibrar o que nos saca de quicio. Vivimos nuestra vida, la mayoría del tiempo, sin ser conscientes de ello. Y lo vamos olvidando.
Bien sea porque lo reprimimos, porque nos lo reprimen. O bien porque no nos enseñan o no aprendemos, las emociones siguen siendo las grandes olvidadas de la educación. ¿No será hora que esto cambie?
Preguntas que nos pueden surgir son, entre otras, ¿siempre ha sido así?¿estábamos hace siglos más en contacto con nuestras emociones que en la actualidad? Probablemente hace muchísimo tiempo, nuestras emociones estaban más a flor de piel. Eran más necesarias.
Respondían a instintos de supervivencia, de reproducción o alimentación. Pero, a medida, que han pasado los años -y estos instintos están más o menos resueltos o subrogados-, las emociones que nos hacían, paradójicamente, mas humanos, se han ido perdiendo.
Ahora nos enfrentamos a un importante desafío. Frente a los intentos de parcializar el entrenamiento emocional -ciñéndolo únicamente a las denominadas positivas-, con un movimiento que parece empujarnos a una visión edulcorada de la vida, se hace necesario un reconocimiento mayor de todas nuestras emociones.
Esto nos lleva a una necesaria reconducción de la educación emocional. Éstas son las que son, y el único camino para integrarlas en nuestra vida, es desde su aceptación. Comprendiéndolas, identificándolas, aprendiendo a dejarlas ir …
Porque sin el necesario balance emocional, seguiremos teniendo una pata que cojea. Quizás lo más certero puede ser saber que no hay emociones buenas o malas. Puede haber algunas que no nos gusten, y otras que si. Pero ambas son necesarias. ¿Qué tal si empezamos por ahí?