La verdadera educación no sólo consiste en enseñar a pensar sino también en aprender a pensar sobre lo que se piensa y este momento reflexivo -el que con mayor nitidez marca nuestro salto evolutivo respecto a otras especies- exige constatar nuestra pertenencia a una comunidad de criaturas pensantes.
Fernando Savater

Tener un sentimiento de pertenencia es una experiencia común. Significa aceptar y ser aceptado. Algo que exige, en ocasiones un enorme compromiso. El sentimiento de pertenencia es una necesidad humana, tanto como la comida, la bebida, el refugio o el sexo. Sentir que pertenecemos es algo importante que nos hace sentir valor, y nos ayuda en ocasiones afrontar situaciones o emociones complicadas.

Algunas personas encuentran las pertenencia en la religión, otras con amigos, otras con la familia, y otras en las redes sociales. El grado de pertenencia depende mucho de la persona: hay quien se ve conectada solo a otra persona, y hay quien se ve conectado al mundo, a todas las personas, o la humanidad. Otras personas luchan diariamente para encontrar esa sensación de pertenencia y su soledad llega ser físicamente dolorosa.

Hay quienes buscan la pertenencia excluyendo otras personas. Esto refleja la idea de que debe haber quien no pertenezca para que yo pueda hacerlo. Esta es un confusión habitual a la hora de construir una pertenencia que buscar pertenencia. Y un poderoso reclamo para quienes buscan aprovecharse de ello.

Una pertenencia, digamos sana, potencia la libertad individual, la empatía y la compasión. Tiene una incidencia directa en nuestra salud, física y mental. Nos hace más felices al conectar con otras personas. Porque, además, cuanto más conectemos más seremos capaces de ayudar y de ayudarnos. De sentir que no estamos solos. Esto es enormemente reconfortante.

Un modelo de pertenencia basado en la exclusión es todo lo contrario. Suele estar fundamentado en el miedo. Tememos, en el fondo, ser excluidos del grupo si no aceptamos todo lo que nos propone. Esto nos hace enormemente vulnerables y dependientes. Y fácilmente manipulables.

La pertenencia positiva es todo lo contrario. Realza y aprecia la diversidad, porque la entiende como una forma de crecimiento personal y comunitario. En este en este tipo de pertenencia integradora, encontramos apoyo y comprensión. No excluye incluye.

Es un modelo basado en encontrar los puntos en común, no los que nos separan. Y además añade un interesante aspecto: lo que nos podría separar, aquellas características individuales que no compartimos con muchos miembros del grupo, son objeto de curiosidad y de interés. De esta forma, las diferencias, también enriquecen a la comunidad.

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