La felicidad no brota de la razón sino de la imaginación

Emmanuel Kant

Se supone que si queremos ser felices, debemos intentar serlo, ponernos a trabajar en nuestra felicidad, dedicarle mucho tiempo y esfuerzo ¿verdad? Al menos esto es lo que parece dictarnos el sentido común e, incluso mucha de la literatura de autoayuda. ¡Elige ser feliz!, nos dicen. Pues bien, esto no parece estar tan claro.

Una reciente investigación parece sugerir que el deseo y la “persecución” de la felicidad hace que nos centremos exclusivamente en nuestros sentimientos, llevándonos esto a una sensación de desconexión y soledad que termina consiguiendo todo lo contrario a lo pretendíamos. Un segundo estudio añade que la sensación de que el tiempo se nos escapa de las manos, logra que asociemos la búsqueda de la felicidad a algo imposible, ya que le tendríamos que dedicar mucho tiempo -que no tenemos-. Esto consigue que nos frustremos y que veamos la felicidad “que tendríamos que tener”, como algo absolutamente inalcanzable. O dicho de otra forma, no somos felices porque no le dedicamos el tiempo que debemos a trabajar en ello”.

Ver la felicidad como un objetivo o como un resultado de un determinado trabajo hace que no valoremos lo que la compone. Ser feliz no es una meta a conseguir, ni siquiera podríamos decir que sea un estado. Es más bien un balance que exige que seamos conscientes, en cada momento, de las pequeñas cosas que la componen. Muchas de ellas ni siquiera van a depender de nosotros. Puede ser un bonito atardecer, una sonrisa de un extraño o estar rodeados de personas que nos quieren. Mucho de esto tiene que ver con lo que podíamos denominar “felicidad”.

No viene empaquetada, es difícilmente programable y ocurre, en muchas ocasiones, de forma totalmente inesperada. Pero claro, si estamos enfrascados en su búsqueda, quizás no nos fijemos cuando la tenemos cerca.

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