Tener hijos no lo convierte a uno en padre, del mismo modo en que tener un piano no lo vuelve pianista.
Michael Levine

Que nuestros hijos sean más felices, ahora y en su edad adulta, es algo que cualquier padre o madre firmaría sin dudar. Pero, en ocasiones, en nuestro intento para conseguirlo, les dejamos tan poco espacio para que puedan descubrirlo que, de hecho, podemos estar consiguiendo todo lo contrario.

Es lo que parece concluir un reciente estudio, que recoge J. Dean en su página Psyblog.

Los hijos e hijas de padres y madres menos controladores y más acogedores, crecen más felices. Por otro lado, quienes experimentan un ambiente familiar más directivo, tienden a tener una peor salud mental.

M. Stafford, uno de los autores de este estudio comenta:

“Encontramos que las personas cuyos padres mostraban una mayor calidez y sensibilidad, tenían una mayor satisfacción con la vida y una mejor salud mental, a lo largo de toda su vida adulta”

Este interesante estudio siguió a 5362 personas desde su nacimiento en 1946. Durante sesenta años, 2000 de ellos, completaron una serie de encuestas de seguimiento incluyendo preguntas acerca de lo controladores que eran sus padres y madres.

Este modelo de educación significa no permitir a nuestros hijos que tomen sus propias decisiones y fomentar una excesiva dependencia hacia nosotros. Incluye, asimismo, invadir su espacio personal y no dejarles tener sus propias opiniones.

Los consecuencias del control se sentían ¡incluso a los 60 años! Los investigadores asimilan estos efectos negativos al producido por la pérdida de un ser querido. La falta de calidez en la relación hacía muy difícil tener un vínculo emocional positivo con este tipo de progenitores.

Es este tipo de relación, la positiva, la que fomenta una base mejor para conseguir que nuestros hijos exploren el mundo de una forma abierta, creativa y sin juicios.

 

 

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