Estar atrapados en lo que piensan otras personas y actuar de forma que cumplamos sus expectativas resulta enormemente perjudicial. Nos puede llevar a vivir una vida condicionándola por los juicios -también condicionados-, e intereses de los demás.
Tener en cuenta a quien nos aprecia y valorar sus apreciaciones, con amabilidad, es la mejor alternativa a una vida emocionalmente independiente.