La vida no procede por la asociación y la adición de elementos, sino por la disociación y la división.
Henri Bergson
La disociación se refiere a un sensación mental de separación del cuerpo, de aquello que pueda estar ocurriéndonos. Puede ocurrir durante una situación traumática, cuando experimentamos un estrés intenso o, incluso por aburrimiento. Es un mecanismo de defensa que se define por su intensidad y se mide en un continuo. Puede ser muy suave, como soñar despiertos, o puede ser una desconexión en la cual parece que nos separamos de nuestro entorno, produciéndose un estado emocional que parece permitir soportar la situación traumática que estamos experimentando.
La disociación puede ser patológica o no patológica.
Cuando es patológica, la persona puede experimentar despersonalización, un sentimiento de que no es real. También puede ocurrir que se sufra desrrealización, una sensación de que es el mundo el que no es real. En la disociación patológica también se suele experimentar amnesia, o pérdida de memoria: algunas personas pueden olvidar su identidad o incluso asumir otra. En un estado máximo de disociación se puede llegar a producir varias identidades; lo que se conoce como trastorno de personalidad múltiple.
Pero cuando no es patológica, la disociación es una respuesta normal, a lo que comentábamos un poco más arriba. Nos ocurre a todos cuando nos aburrimos y no estamos pendientes de lo que está ocurriendo a nuestro alrededor, fantaseando. Convivimos a diario con pequeños episodios de disociación, como cuando estamos “contando las musarañas”, y no es algo extraño. También nos ocurre, en determinados momentos en los que, por estrés, nos distanciamos emocionalmente de donde estamos, involuntariamente. En este segundo caso sería muy conveniente que acudiéramos a una consulta de psicología. Estamos recibiendo señales de que nuestro estrés necesita ser tratado.