Nos condenamos siempre por lo que decimos, no por lo que hacemos
Javier Marías
Cuando hay algo que está dificultando nuestra relación con las personas que nos importan, mejor es hablarlo. Difícil no estar de acuerdo con esta propuesta ¿verdad?.
Pero no es tan sencillo. Encontrar el momento, la actitud adecuada, el enfoque que debemos utilizar en cada situación hacen que, en muchas ocasiones, vayamos posponiéndolo hasta que ya es demasiado tarde.
Antes de hablar tomate un buen rato para examinar tus motivaciones personales. Ayuda mucho pensar como si fuera un proyecto que preparas. Te hace ver las cosas desde otro punto de vista, quizás no tan impulsivo. Debemos evitar decir lo primero que se nos pasa por la cabeza. Las palabras una vez dichas, permanecen. Y conviene que le dediquemos tiempo a elegirlas. Esto, además, tiene el efecto de calmarte, te exige analizar como te sientes y descubrir hasta que punto es tu ego quien está guiando la interpretación del problema.
Reconocer que es lo peor del problema que quieres abordar y como te hace sentir, identificar en que momento se produjo, o si ya ha ocurrido antes, te ayudará a centrar tu conversación y la hará más productiva.
También es importante saber que es lo que queremos conseguir con nuestro razonamiento. ¿mejorar?¿tratamos de que la otra persona nos conozca mejor, a nosotros o a nuestros sentimientos? o ¿tratamos de ganar una batalla?¿queremos dejar claro quien tiene la razón? Aclarar todo esto es primordial. En ocasiones entramos en discusiones que no aportan nada a nuestra vida o nuestra relación. Ayuda saber como queremos que se desarrollen las cosas tras haber hablad e imaginar si nuestros argumentos contribuyen a ello o no.
Otra interesante estrategia es la de verlo desde fuera. Imaginar que estamos aconsejando a un amigo o amiga sobre lo que podría hacer en una situación como la que nos afecta a nosotros.
Tan importante como lo anterior, que debemos hacer, lo es aquello que no debemos hacer, en una conversación sobre algo delicado.
Debemos evitar las acusaciones o críticas. Solo van a conseguir que la otra persona se ponga a la defensiva. Tampoco los “deberías” sirven de mucho ya que nos pone, automáticamente, en una posición de superioridad.
Es muy importante no minimizar nunca el dolor del otro. Si alguien lo está pasando mal y le decimos algo como “todos sufrimos”, conseguiremos todo lo contrario a lo que estamos comentando.
Por lo mismo debemos evitar dar consejos o ultimátums, como forma de manipulación que son, también harán que la otra persona se sienta en una posición de inferioridad y perciba que estamos evaluándola.
Y por último, pero no por ello menos importante, tengamos en cuenta que, mientras no se demuestre lo contrario, no poseemos la capacidad de leer la mente. No esperemos que nuestra pareja, nuestro hijo o nuestro compañero de trabajo lo hagan.