Ayer se celebraba el Día de la Mujer. Ese día en que nos invaden a datos sobre un montón de desigualdades que ocurren a lo largo de todo el año. Ese día en el que a muchos hombres nos preguntan por nuestro feminismo. El día en que muchas personas salen a la calle a hacer notar que este camino está muy lejos de haber llegado a su fin.
Tras la información recibida ayer, confío en que se utilicen las estadísticas para cambiarlas. Así, el próximo año seremos capaces de saber si las cosas han mejorado. Así es la ciencia. Datos que llevan a una intervención y evaluación para comprobar si esa intervención ha funcionado.
Pero hoy mi pregunta es personal. ¿Se han fijado como, a partir de una cierta edad, las niñas aprenden a mirar al suelo cuando caminan? O al infinito, las más osadas. O al móvil, las más tecnológicas.
Es algo que me llama la atención hace muchos años. Y, como buen científico, acudí a las fuentes de datos más cercanas. Pregunté a las mujeres de mi casa. Me dicen que es algo que se aprende casi sin que te lo digan. Que todas lo saben. Que mirar -o devolver una mirada-, a un hombre por la calle, es peligroso. Así de simple. Así de trágico. Puro miedo. Pura autoprotección.
Por esto, en este 9 de marzo sigo pensando lo mismo que ayer ¡Cuánto camino nos queda por recorrer! Y no me vale eso de ¡estamos mucho mejor ahora que hace unos años! Porque ahora es cuando vivimos, y no hace unos años. Es ahora cuando las mujeres siguen mirando al suelo, apartando la mirada por miedo, al caminar por la calle.
Y también por esto, sigo siendo feminista, creyendo en que no hay otra forma de avanzar que serlo. Y sigo aprendiendo de quienes luchan, día a día, porque las cosas cambien.