Era como un niño pequeño exhibiendo sus juguetes, deseoso de obtener la aprobación de los demás.
P.D. James
En un mundo en que las apariencias imperan, la aprobación de los demás se ha convertido, prácticamente, en una obsesión. La buscamos permanentemente. Es una necesidad que, poco a poco, nos aleja de nosotros mismos. De quienes somos y de quienes podemos ser.
Quizás viene del hecho de estar exponiéndonos permanentemente. Es casi un estilo de vida construir (al menos hacia afuera) una timeline admirable. Si no recibimos la atención que buscamos, nos entristecemos, enfadamos o nos ponemos tremendamente nerviosos. Y lo que resulta peor, comenzamos a imaginar que existe una causa perversa tras ello. Que nos están juzgando y hablando de nosotros. Que no gustamos.
Podemos decir que es el ego el que está detrás de esto. No nos equivocamos. Lo está. Pero, asimismo, esta constante necesidad de atención revela una importante carencia de autoestima. De conocimiento y de aceptación de quienes somos.
Quien se mueve en este vaivén de aprobaciones y reprobaciones externas, raramente consigue desarrollar un sentido de si mismo. Siempre estará buscando una referencia. Una comparación con otras personas o grupos que le validen. Si se sale de ahí, hay problemas.
Por esto es necesario ese trabajo propio que tanto repetimos y proponemos. El que lleva a reconocernos y comprendernos. El que nos conduce a querernos y vernos como personas valiosas y felices.
Para ello debemos empezar, desde ya, a identificar aquello que nos define. Nuestras fortalezas, debilidades (que no lo son tanto a veces), nuestras pasiones y nuestras habilidades. El primer paso para ser la persona que podrías ser, es aceptar y conocer a la persona que eres. Difícil va a ser que llegues a ningún lado si no sabes de donde partes.
Y esto solo lo sabes tú. Es física. No puede haber dos cuerpos ocupando el mismo lugar.