Efectos y consecuencias psicológicas de una pandemia global

Hace ya un año que esta pandemia comenzó. Sus efectos sobre nuestra vida cotidiana son evidentes y, sus consecuencias en el futuro cercano y lejano, impredecibles.

Vivimos una época de incertidumbre y no estamos acostumbrados a ello. Al menos no durante tanto tiempo. Y esto nos hace estar tristes, irritables, acobardados, enfadados, temerosos y un montón de muchas otras sensaciones que desplegamos para intentar contrarrestar los efectos psicológicos de esta situación. Es lógico. Nuestro cerebro busca continuamente explicaciones a lo que ocurre, desplegando un arsenal de especulaciones para conseguir tener algo de control en una situación que escapa -o así creemos-, totalmente a nuestro control.

Desde el punto de vista de la psicología si hay algo que define estos efectos es la incertidumbre. Algo que no llevamos bien, especialmente en sociedades occidentales en las que la falsa ilusión de control sobre nuestra vida parecía algo cierto. Esta pandemia nos ha hecho ser conscientes de nuestra fragilidad, y de nuestra exposición a agentes desconocidos que pueden dar la vuelta a nuestra existencia. Estas dudas están siendo desde el principio el alimento de lo que podemos llamar el escenario de la confusión, un espacio en el que muchas personas desarrollan diferentes interpretaciones que les permitan entender lo que está ocurriendo. A grandes rasgos podemos decir que nos planteamos diferentes escenarios, muy condicionados por nuestra percepción subjetiva..

El primero de ellos es la conspiración o el negacionismo. Creer que todo está orquestado y organizado para controlarnos, quitarnos nuestra libertad, deshacerse de los mayores, hundir países, reventar la economía, son explicaciones disparatadas que intentan contrarrestar la incapacidad de gestionar la incertidumbre en la que nos ha colocado la pandemia.

En este escenario de ciencia ficción que muchas personas abrazan, no existe la pandemia, o no es tan grave, o no hay saturación en hospitales, o no hay fallecidos … y diferentes variaciones sobre este tema.

El segundo se deriva de nuestra necesidad de predicción y control y, en cierta medida, fue alimentado con la desafortunada “nueva normalidad” en la que se pretendía dar una apariencia de control a algo que evolucionaba sin él. De esta segunda alternativa nos encontramos con quienes creen que ya nada volverá a ser igual, que estaremos con mascarillas para siempre y que ya no volverá el mundo previo a la pandemia. Es una forma de adaptación a una realidad que puede permitir a muchas personas desenvolverse de una forma mas o menos normalizada. Intentan desprenderse de la incertidumbre casi conjurándola.

Por último está la esperanza, y aquí están los que creen que todo va a ir mejorando poco a poco y confían en los esfuerzos que la ciencia está haciendo para prevenir y tratar la enfermedad por medio del desarrollo de vacunas y medicamentos.  Es la visión más resiliente, la que pone a prueba nuestra capacidad de sobreponernos y seguir adelante.

La mayoría de nosotros nos movemos en torno a uno de estos supuestos en mayor o menor medida. Esto no quiere decir que, eventualmente demos “saltos emocionales”, motivados por diferentes razones que nos puedan mover a otro esquema mental., y nos encontremos especulando si estaremos equivocados en lo que pensamos, creemos o confiamos. Es la incertidumbre y, dependiendo de las circunstancias percibidas -que no objetivas o basadas en la evidencia-, nos puede llevar a dudar sobre lo que pensamos o creemos.

En un reciente estudio llevado a cabo en nuestro país se concluye que ha aumentado la depresión, el pesimismo y la desesperanza. Especialmente en quienes han padecido el COVID-19, o han pasado los períodos de aislamiento a solas, estando estos factores también están muy asociados al nivel socioeconómico o a la estabilidad laboral y siendo más agudos en mujeres.

Para muchos de nosotros esta emergencia continua se puede estar manifestando también en una fatiga emocional permanente. La OMS ha denominado a este estado como fatiga pandémica que se entiende como una desmotivación para seguir las recomendaciones y los comportamientos de protección para evitar el contagio del virus.

Esta fatiga ha ido emergiendo gradualmente con el tiempo prolongado de medidas y restricciones y están afectadas por una serie de emociones, experiencias y percepciones asociadas a una permanente alerta muy condicionada por la incertidumbre y el temor.

La fatiga pandémica se manifiesta en una desmotivación natural y esperada en estos momentos de crisis sanitaria. Al comienzo de la misma la mayoría de nosotros empleamos todas nuestras estrategias de adaptación -generalmente pensadas para el corto plazo-, para sobrellevar una situación completamente desconocida e inesperada.

Pero al prolongarse estas circunstancias extremas, hemos tenido que adoptar un estilo diferente de afrontamiento, al que no estamos acostumbrados ni preparados para desarrollar. Es aquí donde aparece la fatiga pandémica, compuesta por una interacción compleja de muchos factores que afectan a nuestros comportamientos protectores.

Estos se relacionan con la motivación y la capacidad individuales así como con las oportunidades que ofrece el sistema comunitario de soporte. Cada uno de estos factores puede ser una barrera o un impulsor de dichos comportamientos.

El estudio señalado al principio recomienda implementar acciones preventivas del agravamiento psicológico que se ha ido detectando, siendo las mejores opciones programas de prevención comunitaria secundaria y terciaria, dirigidos a población vulnerable -potencialmente-, la mayoría de nosotros.

Indudablemente esta pandemia nos ha cogido con el paso cambiado. Hemos sido conscientes de la fragilidad de nuestro sistema sanitario tras años de desinversión en él, de nuestra estructura de investigación o de nuestro soporte psicosocial. Es necesario la integración de la psicología sanitaria en la atención primaria al mismo nivel de la medicina de familia y enfermería.

Ahora que ya tenemos la vacuna contra el virus, toca poner todos los medios para implementar una vacuna mental que nos ayude a lograrlo. Solo de esta forma se podrá mitigar el impacto de esta situación prolongada de incertidumbre provocada por la pandemia y asegurar que la población está preparada para afrontar la esperada próxima etapa postpandémica.

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