Nos hicieron creer que cada uno de nosotros es la mitad de una naranja, y que la vida solo tiene sentido cuando encontramos la otra mitad. No nos contaron que ya nacemos enteros, que nadie en la vida merece llevar a sus espaldas la responsabilidad de completar lo que nos falta.
John Lennon

El pasado jueves tuve la fortuna de presentar a mi colega Sílvia Congost, en una intensa e interesante conferencia sobre la dependencia emocional. En ella se resaltaba la influencia que han tenido los estereotipos del amor en que este tipo de adicción, se desarrollase. Es algo impresionante observar cómo hemos sido educados en una red de princesas, amor dependiente (o tóxico) y felicidad subrogada.

Hacernos creer que no somos personas completas sin otra persona, pudo tener una cierta justificación en los albores de la historia, y cuando era necesario la pervivencia de la especie. En la actualidad pensar que no somos felices si no tenemos alguien que nos haga feliz, es más bien un trastorno psicológico. Que nuestra autoestima esté ligada a la aprobación, al cariño, o al amor, de alguien, se convierte en un verdadero problema para muchas personas.

Por eso cualquier programa para la mejora de la autoestima, debe comenzar con el trabajo sobre la aceptación de quiénes somos. aprender a querernos, a entender que nuestra felicidad está en nosotros.

Esto no quiere decir que no busquemos relacionarse con otras personas. Al contrario. Si partimos desde una felicidad mutua y no dependiente, las posibilidades de tener una relación muy satisfactoria, y duradera, se multiplican.

El camino de la felicidad comienza con la aceptación. Con el autoconocimiento. Con el convencimiento de que somos suficientes. Así la decisión de compartir nuestra vida no será producto de la necesidad, sino de la elección consciente. Y no dependiente.

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