… comprendí que para ser formidable bastaba con soslayar las relaciones con los demás; al final todo no era más que una cuestión de falsas apariencias.
Marcus Goldman
Joël Dicker “La verdad sobre el caso Harry Quebert»
No nacemos sabiendo quiénes somos. Durante todos los estadíos de nuestro desarrollo infantil nos van diciendo como comportarnos en diferentes situaciones: en la escuela, con nuestros compañeros, con nuestros padres, etc … Nos tenemos que ver a nosotros mismos actuando de una determinada forma, para poder entenderlos como tales. Ocurre lo mismo en muchas otras circunstancias de nuestra vida. Tenemos que ser conscientes de cómo nos sentimos o comportamos para conocernos.
Cuando somos pequeños, gran parte de este aprendizaje lo hacemos jugando. Nos fascina ser otras personas o imitar a otros. Aprendemos a ponernos a prueba. Y además resulta muy divertido.
La persona que somos –como nos percibimos a nosotros mismos-, se aprende a lo largo de un período de tiempo. Vamos experimentando hasta que realmente nos reconocemos. Solo entonces sabremos como actuaremos ante determinadas circunstancias. Solo entonces podremos elegir ser únicos. Este es el proceso natural, y deseable.
Reconocernos y aceptarnos constituye el comienzo de nuestro crecimiento personal. Pero desafortunadamente, vivimos en una sociedad que no potencia estos valores. Continuamente estamos inmersos en un proceso inmaduro de comparación con todos los demás. Nos metemos en juego perverso de expectativas, de deseos que, en la mayoría de las ocasiones, bien poco tienen que ver con lo que queremos nosotros.
Las razones pueden ser muchas, demasiadas para recogerlas aquí. Pero las consecuencias, desde el punto de vista psicológico, siempre son las mismas. Insatisfacción. Es como si estuviésemos tan pendientes de las paradas del tren de nuestros compañeros de cabina, que perdemos continuamente la nuestra.
Solamente siendo conscientes de dónde estamos, de qué nos caracteriza, conociéndonos, y haciendo un esfuerzo diario para no salirnos de nuestro centro, conseguiremos dejar de sentirnos perdidos.
La respuesta a la pregunta es, SI: Las apariencias engañan, ¡a nosotros mismos!