Querida imaginación, lo que amo sobre todo en ti es que no perdonas.” 

André Breton

Socorrido concepto el de la realidad. En muchas ocasiones parece como un antídoto perverso de la ilusión o de los sueños. En otras, un arma para desactivar cualquier visión positiva o de cambio, de la vida.

Lo paradójico de “la realidad” -como el sentido común- es que, a pesar de que se maneja como algo objetivo, no lo es en absoluto. De hecho es probablemente uno de los más subjetivos, junto con “la verdad”.

Quien lo usa con frecuencia lo hace, muchas veces, con la intención de justificar la propia incapacidad o intención de decidir. Se dice a si mismo que para que hacer nada, cuando “la realidad”, nos va a poner en nuestro sitio.

Son quienes esperan que “las cosas cambian” y no asumen ningún tipo de responsabilidad en dicho cambio. Quienes se pasan la vida esperando que sean otras personas quienes modifiquen lo que no le parece bien o es, simplemente, injusto.

También encontramos como estas personas minimizan cualquier intento de otros por alterar la supuesta realidad. Argumentos como, “las cosas son como son”, terminan dando carta de naturaleza a la pasividad, al conformismo y al aburrimiento vital. Cuando no consiguen que nuestra vida se convierta en un continua expresión de la dependencia externa.

Pero lo cierto es que la realidad no existe. O al menos es lo que piensan quienes la han cambiado, y la están cambiando. Es entonces cuando los inmovilistas intentan explicar lo que ha ocurrido aludiendo a unos supuestos superpoderes que siempre tienen los otros.

Porque pensar que cualquiera de nosotros puede hacer algo por cambiar sus circunstancias es la única realidad. Desde lo más pequeño a lo más grande. Todo comienza con la intención, el primer paso para actuar, y la perseverancia para seguir haciéndolo.

Es entonces, cuando te acostumbras, cuando eres consciente de que, casi siempre “la realidad”, es un muro que nos autoimponemos para no asumir el control sobre nuestras vidas.

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