Mi felicidad consiste en que sé apreciar lo que tengo y no deseo con exceso lo que no tengo.
Leon Tolstoi
Imaginemos que puedes dejar tu trabajo actual y vivir de lo que da la tierra o de cualquier otra cosa que se te pudiese ocurrir, en un entorno rural. Cambiar tu estilo de vida e irte, con toda tu familia, a vivir en un pueblo o en una casita aislada.
Sigamos imaginando. Dejarías los ruidos molestos de la ciudad, las prisas, las eternas jornadas de trabajo frente al ordenador … y no te sentirías culpable de pasar tiempo con tus amigos o disfrutando de tus aficiones.
Todo esto es algo utópico, claro. Pero la pregunta que te hacemos es si te atreverías o te atraería hacerlo.
Quizás abandonar esta vida tecnológica nos haría más felices. Pero ¿realmente sería así?
Leyendo el blog de alguien que lo hizo (en este caso, desconectar totalmente de internet y del mundo virtual durante un año), no parece que obtuviese aquello que buscaba. Paul, así se llama el muchacho, no encontró lo que ansiaba, en su aislamiento de lo virtual. Tras un tiempo, se aburría, no conseguía mantener el contacto con los amigos a través del correo ordinario, no estaba al tanto de los conciertos u obras de teatro …
Este ejemplo nos sirve para entender lo que significa cambiar para ser feliz. Si pensamos que lo que nos hace infelices viene de fuera, haremos lo que hizo él, cambiar los estímulos, lo externo. Si queremos buscar otra vía, quizás lo que nos tendremos que plantear es cambiar nosotros, aceptándonos y siendo conscientes de aquello que nos hace felices.
Tenemos una tendencia a la media. Es decir, nuestra vida se compone de momentos de tristeza y alegría que se van alternando. Somos muy felices en un momento determinado, lo disfrutamos, para luego volver a un estado medio, en el cual no podemos decir que estemos mal o bien. Buscar una fuente externa de felicidad, que es lo que habitualmente hacemos, nos lleva a disfrutar el momento, mientras dura la novedad, para luego volver a nuestro estado anterior.
Este es el modelo de sociedad en el que vivimos. Esperamos que las soluciones vengan de fuera y eso provoca, paradójicamente, que cuando vienen no nos cambian, al menos no sustancialmente. Es el mismo modelo de indefensión que definió Martin Seligman hace unas décadas y que explicaba muchos de los procesos depresivos.
Cambiar, al menos como lo entendemos aquí, consiste en un viaje interior. En buscar en nosotros lo que nos hace felices para explorarlo, para potenciarlo. Tiene mucho que ver con lo que se propone desde la atención plena o mindfulness, un acercamiento psicológico que nos invita a vivir en nuestro presente, siendo conscientes de cada momento y siendo capaces de experimentarlo individualmente.
En un mundo en cambio, quizás este sería una buena ocasión para plantearnos este cambio. Este viaje hacia nuestro interior que nos haga capaces de vivir plenamente cada experiencia que tengamos.