Quizá haya enemigos de mis opiniones, pero yo mismo, si espero un rato, puedo ser también enemigo de las mías
Jorge Luis Borges

Dudar es uno de los procesos psicológicos más asociados, popularmente, a la infelicidad.
Invariablemente, cuando dudamos, nos metemos en ese indeseable terreno de la incertidumbre que nos causa una enorme desazón. No sabemos porque optar. Y esto no nos gusta. En ocasiones se asocia a nuestros valores y nos pone entre la espada y la pared, pensando en que, muy consolidados no deben estar, si somos capaces de traspasarlos a la primeras de cambio. Decimos entonces que estamos dudando de nosotros mismos. Y este si es un proceso que causa problemas psicológicos y que, eventualmente, nos puede llevar a un trastorno de ansiedad o de depresión.

¿Por qué ocurre esto? Probablemente la explicación va más allá de la psicología y tiene que ver con una forma de pensar que valora la permanencia, lo estable. Es decir, no podemos estar pensando en votar a un candidato de derechas si toda la vida lo hemos hecho a uno de izquierdas. O, cambiar de equipo de fútbol, o de estilo de ropa … Esto es lo que nos dicen.

Pero lo cierto es que aquello que nos define tiene que ver con algo mucho más interno y profundo que la mayoría de cosas que, en teoría, «no deberíamos cambiar».

Lo hacen nuestros valores, los que están apegados a la compasión, a la consideración de nosotros mismos y de los demás como personas que merecen nuestro amor, respeto y tolerancia. Son los que encontramos cuando tenemos la suficiente paciencia para saber esperarnos y vernos.

Cuando nos despojamos de los «se supone que», interminables que pretenden catalogarnos en uno u otro lado. Por interés, dicho claramente. No hay otra razón.

Así pues, dudemos. Porque es la única forma de aceptarnos y, paradójicamente la única de cambiar. Continuamente.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *