La vida es realmente sencilla, pero insistimos en hacerla difícil.

Confucio.

La inseguridad es un sentimiento que nos puede resultar familiar a muchos de nosotros. De vez en cuando aparece y, en algunos momentos, es muy difícil de lidiar con él. Puede llegar a formar parte de nuestra vida, de una forma que sea bastante difícil de evitar.

Sin importar lo que consigamos, el éxito que tengamos en la vida, lo que nos quieran o lo bien que estemos, algunas veces no podemos evitar hacernos daño con una autocrítica feroz y una duda permanente sobre nosotros mismos. 

Aunque pasar por episodios o épocas de inseguridad es algo normal, cuando se convierte en nuestra forma de relacionarnos con nosotros mismos, es el momento de tomar medias para cambiarlo. 

Lo que antes eran momentos pueden determinar la forma en que nos vemos, afectando de forma rotunda nuestra autoestima, si dejamos que nos supere. 

¿De dónde vienen estos sentimientos?¿Qué origen pueden tener? Aunque la inseguridad es un sentimiento muy característico e individual, hoy vamos a comentar algunas de las razones que pueden hacernos más vulnerables a padecerlo.

  1. Infancia negativa

Las experiencias negativas de la infancia distorsionan nuestro autoconcepto y autoestima. Es trabajo de nuestros padres y madres cultivar nuestra autoimagen desde una edad temprana, elogiándonos, alentando nuestros esfuerzos, permitiéndonos hacer cosas por nuestra cuenta y mostrándonos amor y afecto. De lo contrario, crecemos sin autoconfianza, avergonzados de nuestros defectos e incapaces de superar nuestros fracasos.

Las experiencias infantiles adversas pueden ser extremadamente perjudiciales y dejarnos con muchas cicatrices psicológicas duraderas, especialmente si las internalizamos. Esos sentimientos de inutilidad y dudas se quedan con nosotros en los años venideros y a menudo tienen un impacto negativo en cómo nos percibimos a nosotros mismos.

2. Comparaciones

Compararnos continuamente con otras personas, tratando de estar a su (supuesta) altura, solo consigue infelicidad. Todos lo hacemos, continuamente. Y es algo enormemente perjudicial para nuestra salud mental y estabilidad emocional.

Las redes sociales hacen que sea más fácil que nunca caer en la trampa de la comparación social constante. Algo de lo que podíamos aislarnos, con esfuerzo, hace unos años, se ha convertido en una empresa prácticamente imposible en la actualidad. 

En cierta forma, actúan como un amplificador de un sistema de comparaciones que nos hace ahondar en el sentimiento de que no somos suficientes. Que no valemos la pena. Que nuestra vida es decepcionante. 

La influencia que pueden ejercer estas aplicaciones en nuestra vida puede ser tan perjudicial que nos puede llevar a trastornos de dependencia, ansiedad o depresión. La inseguridad permanente y la búsqueda externa de validación son el primer paso hacia ello. 

Ser conscientes de que en estas redes solo vemos lo que otras personas quieren que veamos, casi como si fuese un paso intermedio entre la ficción y la realidad, se convierte en un importante objetivo para conseguir aislarnos, en la medida de lo posible, de su influencia.

3. Perfeccionismo

Hemos leído y oído que no hay nada malo en querer ser el mejor en algo o darlo todo en una determinada situación o reto. Siempre que esto no sea el centro de nuestra vida, claro. Vivir siempre pensando en la perfección, en un sistema de todo o nada en el que nuestro valor depende de lo que consigamos, no de lo que somos, es el camino perfecto para el fracaso personal, alimentado por la inseguridad o la baja autoestima. Nuestra vida pasa a estar controlada por la vergüenza, la culpa o la frustración.

Muchas veces, luchar por la perfección solo nos hace sentir inadecuados e inseguros sobre nosotros mismos. Nos marcamos expectativas irreales e imposibles, cayendo en una autocrítica fácilmente destructiva. Algo que también puede disparar trastornos como los que señalamos anteriormente.

4. Rechazo

Nuestras experiencias pasadas tienen una influencia significativa en nuestra autoconfianza. Si experimentamos fracasos de forma habitual, es normal que nuestra inseguridad aumente. Nuestra confianza se tambaleará y, comprensiblemente nos sentiremos mal por no poder alcanzar nuestras metas u obtener lo que queremos. Y cuanto más lo intentemos, más dudaremos de nosotros mismos.

Lidiar con el rechazo puede ser igual de difícil, especialmente si la persona que nos rechaza es alguien que nos importa. Cualquiera que sea la situación, el rechazo duele. Mucho. Y puede hacernos sentir inseguros sobre nosotros mismos y nuestra autoestima. Sacude nuestra confianza y puede fomentar una pobre imagen de nosotros mismos, llegando a determinar nuestra relación con nosotros mismos de forma permanente.

Ambas experiencias -el rechazo o los fracasos-, provienen de un pobre conocimiento y aceptación incondicional propia. Nos sumimos en un juego de expectativas, búsqueda de aprobación, objetivos poco realistas y dependencia emocional, que pueden condicionarnos si no le ponemos remedio.

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