Si alguna vez no te dan la sonrisa esperada, sé generoso y da la tuya. Porque nadie tiene tanta necesidad de una sonrisa, como quien no sabe sonreír a los demás.
Dalai Lama
El ego no tiene una buena prensa, seamos conscientes de ello. Pero quizás sea por el mal uso al que siempre lo hemos tenido asociado. Un concepto excluyente y envidioso hacia los demás.
Lo malo del ego es que, naturalmente, nos lleva a intentar conseguir más -siempre-. Algo que puede ser bueno, por aquello de la perseverancia y compromiso, pero que puede llegar a conseguir que nos separemos de nuestros objetivos personales. El mejor ejemplo de esto es el dinero. En un principio es el medio para conseguir un fin, pudiendo convertirse, si no somos conscientes, en el fin en si mismo.
Este ego del bueno, o lo que es lo mismo, nuestra conciencia de nosotros mismos, nos hará diferenciar una cosa de la otra. Nos ayuda a no separarnos de nuestro camino y, al mismo tiempo, estar abiertos a otras vertientes que puedan enriquecerlo.
El ego bueno, es propio. Y como tal, no se ve amenazado por el éxito de los demás. Al contrario lo vive como un motivo de satisfacción y, si es el caso, de aprendizaje.
Todos, de una u otra forma, tenemos inseguridades. Períodos en los que estamos más o menos tristes, preocupados … por una cosa o por la otra. Forma parte del devenir vital. Y nos enseña.
No en el sentido de las supuestas enseñanzas de los momentos malos ¡qué va!. Más bien, a apreciar los buenos, a querernos y aceptarnos, entendiéndonos. Y con mucha paciencia en ocasiones.
Y es ahí donde está el ego del bueno. El que nos hace más resilientes, más conscientes . Se llama aceptación. Y vale la pena cultivarla. Un ego positivo, generoso y empático de nosotros mismos … y con los demás.