No tengo derecho a decir o hacer nada que disminuya a una persona ante sí misma. Lo que importa no es lo que yo pienso de ella, sino lo que piensa de sí mismo. Herir a una persona en su dignidad es un crimen.
Antoine de Saint-Exupéry

La salud mental y emocional requiere que nos encontremos bien con nosotros mismos. Pero cuando este ejercicio de auto afirmación se desliza hacia un sentido rígido de orgullo, podemos estar dañando nuestra dignidad y distanciándonos de otras personas.
Derivar desde un sano orgullo, hacia arrogancia, no es un camino complicado. Un orgullo saludable puede venir de ver como nuestros hijos o hijas crecen siendo excelentes personas. Creer que son los únicos y que somos los mejores padres, está en el límite. Pasar a pensar que la forma en que lo hemos hecho nosotros es simple arrogancia.

La utilización del orgullo para manipularnos es un clásico de la psicología social. Basta con apelar a nuestro sentimiento de pertenencia a un grupo, religión, orientación sexual o país, para conseguirlo. Quien lo hace lo sabe y conoce como dirigirlo hacia sus propios intereses. Este orgullo es falso. No tiene que ver con nuestros logros. Ni siquiera con nuestros valores.

La dignidad, por otro lado, es algo íntimo. Se construye sobre ellos. Se cimenta en un sentimiento de valía personal, de autoestima y autoconfianza, que nos pertenece a cada uno de nosotros.

La dignidad es una expresión de quienes somos. No tiene que ver con nuestro estatus social, logros económicos o reputación externa. Tiene que ver con nuestra aceptación y conocimiento de quienes somos. Nuestra dignidad se deriva de hacer lo mejor para ser un ser humano ético. Se construye con la honestidad con nosotros mismos, generosidad hacia los demás y respeto a la vida en todas sus formas.

Esto, como pueden ver, no tiene nada que ver con la arrogancia.

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