Colaboración de Alejandro Vera, psicólogo

Que la crisis del COVID-19 nos ha afectado mucho a las personas es algo que no se le escapa a nadie. En este artículo, vamos a hacer un repaso de las necesidades emocionales y los recursos psicológicos que debemos desarrollar para poder “digerir” todo esto que ha sucedido.

¿El problema ha sido la cuarentena?

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Una frase que no he dejado de oír durante la cuarentena ha sido “cuando pase todo esto, os vais a hartar a trabajar”. Soy psicólogo, y se referían a que mucha gente necesitaría asistencia psicológica tras la cuarentena.

De hecho, así ha sido. Actualmente en el centro donde trabajo, estamos sobrepasados de consultas y tratando de dar cobertura a todas las personas que lo necesitan. Es decir, parece ser que es cierto, lo que ha sucedido ha provocado estragos psicológicos y emocionales en la población.

Sin embargo, ¿es responsabilidad de la cuarentena?

La cuarentena ha sido un proceso duro. Para muchas personas estar en casa sin tener más estímulo que el puedan encontrar dentro de sus paredes, ha sido algo difícil de llevar. Estar sólo con nuestros pensamientos no es algo sencillo, y tampoco lo es, la convivencia en pocos metros con algunas personas.

Aún así, según han ido pasando las semanas, cada vez tengo más claro que lo que está haciendo que muchas personas necesiten ayuda no ha sido el “reclutamiento”, si no, la pérdida y la impotencia.

Estar encerrados en casa ha sido duro, incluso muchas personas han experimentado miedo a la hora de volver a salir a la calle. Sin embargo, según avanzan las semanas, aquello se va quedando atrás y cada día que pasa, es algo que se parece más a una anécdota.

La pérdida y la impotencia

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No obstante, no todo es tan fácil de olvidar. Imagínate que un día volviendo del trabajo te encontrarás tu casa ardiendo y los bomberos te dijesen, lo siento, pero no puedes entrar. Lo único que puedes hacer es, sentarte a mirar como arde y esperar que todo salga lo mejor posible.

Si algo ha caracterizado a esta situación vital ha sido la pérdida y la impotencia. Muchas personas han tenido que contemplar como poco a poco perdían cosas que amaban o para las que habían luchado, sin poder hacer nada por ello, salvo esperar.

El ser humano no está “diseñado” para la espera, nuestra parte primitiva nos invita a luchar, a perseguir y controlar. Por tanto, la situación propuesta por el COVID-19 nos desarma y nos coloca en una posición antinatura.

¿Qué hemos perdido? Hemos perdido a seres queridos de los que no nos hemos podido despedir, sintiendo, además, en muchos casos, que los han dejado morir. Hemos perdido trabajos, oportunidades y proyectos. Hemos perdido relaciones, algunas qué, castigadas por el tiempo, no han sido capaz de aguantar una embestida como esta y otras, que simplemente estaban naciendo y a las que no se les ha podido dar continuidad.

Hemos perdido, en parte, nuestros planes de vida. También hemos perdido la falsa sensación de seguridad, ahora, todos somos un poco más conscientes de nuestra fragilidad y de que en cualquier momento, puede suceder algo que arrase con todo.

¿Qué podemos hacer?

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En primer lugar, normalizar el dolor, la tristeza o el sufrimiento. Ojo, no estoy diciendo que debamos resignarnos a estar mal, si no que, estarlo, no es un pecado capital. Lo lógico es que tras todo lo sucedido, a muchas personas les esté costando remontar.

Una reacción que me he encontrado en consulta atendiendo a personas, ha sido la de culpa y frustración por no ser capaces de estar bien. Muchas personas miran a su alrededor y ven como otra ya ha pasado página. Entonces se preguntan ¿por qué yo no puedo?

La verdad, es que no es que no puedas, si no que se trata de un tema de velocidad. Cada persona tiene la suya. De hecho, la razón por la que los problemas se comienzan a hacer bola y pesan demasiado, generalmente tienen que ver con no poder aceptar el estar mal. Esa frustración por pensar y sentir que no se está pudiendo eliminar el mal estar, genera más impotencia, y esto a su vez, mas decepción con uno mismo/a.

Habilidades de resiliencia

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La resiliencia es la capacidad para sobreponerse a las circunstancias adversas. No se trata de dar palmas con las orejas, si no poder aceptar lo sucedido desde una posición que nos haga el menos daño posible.

Son muchas las habilidades que una persona puede desarrollar para ser más resiliente, sin embargo, en este caso me quedo con una: la de ser capaces de aceptar la realidad tal y cómo es.

Todo esto que nos ha sucedido nos coloca en una situación de injusticia. El sentimiento de injusticia nos lleva inevitablemente al pasado, a repasar una y otra vez lo que ha sucedido para tratar de entender por qué ha sido así.

Nos cuesta aceptar y comprender que las cosas pueden ser caóticas. Las personas necesitamos tener una sensación de coherencia y es qué, si las cosas suceden, es porque alguien ha hecho algo mal. Buscar culpables, pensar que se tuvo que hacer de manera diferente, estas son las actitudes mentales que nos impiden poder aceptar que las cosas son como son.

Buscamos una explicación que nos calme y otorgue un sentido a las cosas. Sin embargo, a veces esto no es así y debemos poder aceptar que la vida en muchos momentos es simplemente un desastre. Porque, ¿quién nos aseguró que en la vida todo sería justo y equitativo?

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