Inevitablemente, este final de año no puede ser diferente a cualquier otro. Repasamos, con indulgencia o decepción, lo que nos habíamos planteado el año anterior, y nos encontramos que no lo hemos conseguido ¿Por qué es así? Pues por dos razones principales.

En primer lugar porque no es buena idea plantearse nuestros cambios asociados a una fecha determinada. Y menos si esta fecha es la que elegimos todos los años ¡todas las personas! Créanme, los monitores de los gimnasios nos podrían dar mucha información acerca de esto.

En segundo lugar, porque tenemos la tendencia a programar cambios a lo grande. O, quizás debería decir, cambios «poco científicos». Lo que hacemos, generalmente, es tomar una decisión (eso es lo que creemos) y, a partir de ahí empieza todo a ir cuesta abajo. Por ejemplo, si me planteo perder peso, en lugar de comenzar visitando un nutricionista que nos pueda asesorar de la mejor forma de conseguirlo, somos nosotros los que establecemos, desde el principio, el resultado final. Quiero bajar X kilos, nos decimos antes de tres meses. Y nos olvidamos de todos los pasos intermedios que esta enorme tarea puede conllevar. Imaginen que ocurriría si nuestro objetivo para el año próximo fuese «ser mejor persona». ¿En qué se sustancia este propósito genérico?¿No sería mejor comenzar sabiendo que es una buena persona para mí? Ya luego podemos plantearnos los pasos o cambios que tendremos que tomar para conseguirlo.

Resumiendo. No digo que no sea una buena idea elegir estas fechas para pensar en cambios (cualquier momento es bueno). Lo que les propongo es qué, si van a hacerlo, lo hagan pensando en un proceso, no en un resultado. Plantéense que es lo que quieren dejar atrás, antes de pensar a dónde quieren llegar.

Por esto mi deseo para este año es dedicarle nuestro tiempo, energía y amor a lo que es importante, no agobiarnos o enfadarnos por lo que es inevitable. Y minimizar lo que es inútil.

Aprender del pasado, pensar en el futuro y, sobre todo, vivir el presente.

¡Que tengas un Feliz Año Nuevo!

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