Algunas multinacionales imponen sus programas privativos regalando copias a los institutos para crear dependencia. Es como la droga. La primera dosis sale gratis, pero cuando eres adicto toca pagar.”
Richard Stallman

El nuevo modelo de comunicación interpersonal que nos hemos dado ha conseguido, como un indeseable efecto colateral, que debamos estar permanentemente disponibles. Algo que ya comenzó con los correos electrónicos, que debían ser contestados casi de inmediato, se ha multiplicado exponencialmente con las mensajerías instantáneas, los chequeos de estado y los comentarios en las Redes Sociales.

Desde el punto de vista de nuestra madurez emocional, afectiva o de aprendizaje, esto es un claro paso atrás. Los seres humanos, a medida que nos hacemos mayores, aprendemos (o aprendíamos) a dilatar el premio. Es decir, éramos capaces de interiorizar que es necesario esfuerzo, tesón y perseverancia para lograr algo que deseamos. De hecho, esa era en gran parte de la fundamentación de la educación. Aprender a esperar.

En la actualidad podemos estar involucionando hacia un modelo de satisfacción inmediata o de disponibilidad instantánea, que puede resultar verdaderamente estresante. Si nos fijamos en el entorno laboral vemos como cada vez es más frecuente el tráfico laboral virtual (de ida y vuelta) a cualquier hora y lugar. No se respetan los momentos de descanso, de enfermedad u ocio, y exigimos -y nos exigen-, una disponibilidad de veinticuatro horas durante todo el año.

Este modelo se extiende al ámbito privado en el cual esta hiperconexión, deja poco espacio a la intimidad. Que nos contesten inmediatamente, que respondan a nuestras publicaciones en redes sociales al momento o que estemos localizados permanentemente, está construyendo un modelo tóxico de dependencia en nuestras relaciones personales.

¿La solución? Complicado dar una respuesta única a este cambio de comportamiento. Quizás comenzando por una delimitación clara de nuestros espacios personales, que nos permitan estar en el presente de nuestra familia, de nuestro trabajo o de nuestra diversión. Y no, por ejemplo, estar jugando con nuestros hijos y contestando emails. Es, en definitiva, un ejercicio de consciencia en el que somos nosotros, en gran parte, quienes deberemos estableces los límites.

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