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Es el momento de la vuelta de las vacaciones y nos encontramos con uno de los tópicos más recurrentes de la psicología popular: El stress postvacacional que, como las meigas, haberlas, “hailas” … pero menos.

Pongámonos en situación. Reportero de televisión que pregunta, inquisidor, a viandante.

-Señor ¿Tiene usted síndrome postvacacional?- y, suponiendo que el encuestado sepa de lo que habla el otro, le contesta –Ya quisiera- El hábil reportero pregunta ¿Por qué? La contestación parece obvia y común –Eso significaría que tengo trabajo-.

Es curioso, al menos a mi me lo parece, como algo de lo que dábamos por cierto hace unos años, en este momento lo ponemos en cuestión. Con fundamento, por supuesto. Porque lo que ha ocurrido con este “síndrome” no es más que otro síntoma del modelo de enfermedad que hemos tenido durante muchos años en una sociedad de la indolencia. Volver a trabajar, tras un período de vacaciones, era casi un trastorno mental.

Entendíamos que un cambio, por otro lado normal, era una auténtica tragedia. Curiosamente se suponía que un período de 10 a 30 días de vacaciones era algo que conseguía la desconsolidación del resto del año. Raro ¿verdad? Algo falla si nuestra vida (la que nos gusta de verdad), se concentra solamente en los días de vacaciones.

Digámoslo alto y claro. Este síndrome no existe. Es perfectamente normal que, tras un período de cambio, nos cueste adaptarnos a otro ritmo de vida. Es normal y es bueno. Significa que estamos vivos y que somos conscientes de ello.

Así que si les cuesta dormirse temprano o están un poco agobiados ¡bienvenidos al club de los vivos! De aquellas personas que experimentan lo malo y lo bueno de la existencia, sufriendo lo uno y disfrutando lo otro. A esto lo llaman vivir y no tiene nada de trastorno psicológico.

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