Si no te caes nunca, no aprenderás a levantarte
La mayoría de las ocasiones, puedo considerarme una persona coherente, sincero conmigo mismo y capaz de afrontar adversidades.
Pero, hay algunas veces, que eso no es así. Dudo. No se si el camino que llevo es el adecuado, si estoy haciendo lo correcto.¿Y saben? Esto es normal. Además es bueno. Me ha costado aceptarlo, lo confieso. Son momentos de incertidumbre en los cuales te llegas a plantear dejarlo todo (que le voy a hacer, tengo ese punto trágico). Hasta que te das cuenta que forma parte del camino, de la experiencia, de mi aprendizaje.
¿Cómo he conseguido comprenderlo? En mi caso, haciéndome preguntas que me ayudan a colocar las cosas en su sitio, a volver al presente.
Precisamente esa es la primera. ¿Me estoy dejando llevar por expectativas más que por realidades? Es uno de nuestros peores enemigos. No somos capaces de disfrutar el ahora, miramos continuamente al horizonte y, aunque es bonito ¡podemos tropezar con una piedra que no hemos visto!
Esta es mi solución. Parar, intentar obtener algo de distancia y ser consciente de lo que tengo, hasta donde he llegado. Una forma de mirar atrás muy saludable para ser apreciar lo recorrido. Y no tener tanta prisa.
Tenemos la tendencia a la habituación y esta sería la segunda. ¿Qué estoy dando por hecho? He avanzado y estoy tomando por normal algo que hace relativamente poco tiempo ni hubiese soñado. Una vez más. Volver a apreciar lo que has conseguido, desautomatizandolo.
Y por último, no ser nuestro peor crítico. Parece que cuando te marcas un camino, debes seguirlo a pie juntillas. Y no es así. Tienes derecho a tropezar. De hecho, tienes derecho a caerte y quedarte aturdido. Forma parte de este aprendizaje y es muy importante.