No hace falta conocer el peligro para tener miedo; de hecho, los peligros desconocidos son los que inspiran más temor.
Alejandro Dumas
¿Por que todos aminoramos la velocidad cuando hay un accidente? ¡Aunque sea al otro lado de la carretera! ¿Será porque somos unos morbosos y no podemos resistir la tentación? Pues la realidad es que no lo podemos evitar. Todos lo hacemos, casi inconscientemente. No podemos resistirnos a echar una miradita. Es nuestro cerebro, o al menos la parte más antigua de él, quien nos lo pide.
Susan Weinschenk nos comenta que realmente es como si tuviésemos tres cerebros: el nuevo, consciente, racional y lógico, el cerebro medio que es el encargado de las emociones y el cerebro antiguo que es la parte más interesada en nuestra supervivencia.
Si miramos al cerebro desde una perspectiva evolutiva, el antiguo fue el primero. De hecho, esta parte es muy similar a la de los reptiles, por eso algunos investigadores lo llaman “el cerebro reptiliano”.
¿Me lo como? ¿Puedo tener sexo con él? ¿Me matará? Estas son las preguntas que, constantemente, se hace este cerebro “antiguo”. Es de lo que se ocupa básicamente, de la comida, del sexo o del peligro. Sin comida morimos, sin sexo no nos reproducimos y si nos matan las otras dos preguntas realmente no importan mucho. Por eso esta parte de nuestro cerebro la compartimos con muchos animales. A medida que evolucionamos se desarrollan otras capacidades como las emociones o el pensamiento lógico, pero no sustituyen a nuestro cerebro de supervivencia.
Lo que esto significa es que no podemos evitar fijarnos en la comida, el sexo o el peligro. No importa lo intensamente que tratemos de evitarlo, siempre lo veremos. Es nuestro cerebro básico en acción. Por supuesto esto no significa que tengamos que comernos todo lo que veamos o que flirteemos con quien sea que entre en la habitación, Ni siquiera que salgamos corriendo si nos asusta un perro mientras paseamos.
Aunque, pensándolo bien, alguno que otro que conocemos no se si tendrá los otros dos cerebros.