Mayor pereza invade nuestro espíritu que nuestro corazón

François de la Rochefoucauld

No lo haga. No llame a Su hijo o hija adolescente “vago”. Es una etiqueta con una carga social y psicológica mucho mayor de lo que muchos progenitores pensamos. Para ponerlo peor, se lo solemos decir cuando estamos frustrados, nos colman la paciencia o nos sacan de quicio. Nos cuesta entenderlo, pero estamos insultando a nuestros hijos. Y precisamente es algo que nos esforzamos en hacerles entender que está bien.

Si utilizamos esta palabra de forma indiscriminada dejará de tener un significado asociado a una situación determinada para convertirse en una etiqueta que le aplicamos a nuestro hijo, que la da por merecida y actúa en consecuencia a ella. Sin embargo si la utilizamos de forma adecuada, en una situación específica y sin convertirla en un rasgo de carácter de nuestro hijo, conseguiremos que se vea la diferencia. Si le decimos que ha estado “vagueando” todo el día y no ha hecho siquiera su cama, no es lo mismo que decirle que es un vago que nunca hace nada en casa. Las palabras, aunque pensemos lo contrario, pueden condicionar la conducta. La persona joven se puede sentir herida por una acusación que, en parte, cree que es cierta. Ya es una persona adulta que sigue dependiendo de sus padres para todo.

Carl Pickhardt, psicólogo especialista en estas edades, destaca que no somos conscientes de lo que puede significar esta etiqueta cuando se la aplicamos de forma repetitiva a nuestro hijo. Realmente, aunque estemos intentando conseguir lo contrario, podemos terminar logrando que crea lo que le decimos, baje definitivamente los brazos y se convierta, efectivamente en un vago. Si además añadimos la disminución de las posibilidades de conseguir trabajo que podían existir hace algunos años, es muy fácil para el adolescente más maduro establecerse en una situación dependiente y no plantearse siquiera buscar un trabajo.

Llegados a este punto muchos de ustedes estarán pensando –de acuerdo, puede que tenga razón el psicólogo ¡pero es que son unos vagos!- Lo entiendo, de hecho esta es una propuesta compartida. Escribo este artículo como forma de entender a mis hijos adolescentes también.

PalabrasLa clave está en la palabra. Estamos acostumbrados a utilizar, esta y otras, como etiquetas aplicables a multitud de situaciones. Y no debe ser así. Debemos ir a la raíz. ¿Qué provoca que en una determinada situación llamemos a nuestro hijo o hija, vago? Es un ejercicio que les propongo. Cuando la situación esté identificada, deberemos centrarnos en la forma adecuada de actuar, la forma productiva, no vaga. Si no lo hacemos así estaremos conduciendo a nuestro adolescente a una especie de profecía autocumplida ¡no se espera nada de mí porque soy un vago! Por lo tanto no hago nada.

Sin quererlo estamos consiguiendo lo contrario que pretendíamos.

Les propongo algunas preguntas que nos podemos hacer cuando tengamos la tentación de utilizar la etiqueta que tratamos de evitar.

¿Será un desorganizado que no consigue ordenar lo que quiere hacer? ¿Se estará resistiendo a cualquier cosa que le digamos como una forma de rebeldía? ¿Estará tan aburrido que no encuentra nada que le motive a moverse? ¿Estará absorbido por su grupo de amigos? ¿tendrá ansiedad? ¿le faltará motivación por como ve las perspectivas de trabajo? Y muchas otras que nos pueden orientar para saber cuales son las causas de su inactividad, apatía y falta de interés por lo que le rodea. Muchas de ellas las podremos solucionar con negociación, con sistemas de recompensas o incentivos, en otras ocasiones, quizás necesitemos la ayuda de un profesional que nos oriente para conseguir cambiar la situación.

En otras palabras, obtendremos mejores resultados intentando analizar aquello que nos hace pensar que nuestro hijo es un vago e intentando ponerle solución en cada momento. Puede que nos resulte más costoso, ¿pero quien ha dicho que ser padre o madre fuese sencillo?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *