Un líder es mejor cuando la gente apenas sabe que existe, cuando su trabajo está hecho y su meta cumplida, ellos dirán: Lo hicimos nosotros
Lao Tzu
La psicología del poder hace tiempo que estudia la influencia que éste tiene en la persona. Los cambios que se producen en quien tiene en sus manos las decisiones que pueden afectar a la vida de muchísimas personas. De como corrompe, distancia o cambia a quien lo detenta, parece estar diáfano. Es algo indudable sobre lo que ya he escrito en alguna otra ocasión.
Pero me imagino que a nadie se le escapa que gran parte de esta transformación que sufre una persona cuando tiene una responsabilidad política o de gobierno, se alimenta del seguimiento incondicional de sus adeptos.
Porque seamos sinceros. Hace tiempo que nos dejaron de importar las promesas que hacen quienes gobiernan o quieren hacerlo. Y los vemos en un juego destinado, exclusivamente, a conseguir más poder. Y, en este juego, los seguidores y las seguidoras, forma nuna parte esencial. Grupos de personas que aplauden las subidas o bajadas de voz ensayadas por sus líderes, aplauden sus propuestas y creen sus eslóganes. Por muy varios de contenido que estén.
Ya Freud, en su Psicología de las Masas, recogía como nos metamorfoseamos, cuando estamos en grupo. Se diluye nuestra sensación de individuos y nos sumimos en un éxtasis de adoración, difícil de creer.
Una parte esencial de este juego manipulativo para construir líderes, lo forma la mentalidad del “nosotros y los otros”, una estrategia pensada para ganar sin mostrar las capacidades propias, si es que existen, centrando la estrategia en las supuestas debilidades del otro o la otra.
Y la mayoría cae. Y los vemos aplaudiendo enfervorizados los clichés que repiten, una y otra vez. Sin que tengan significado ni trascendencia real. Alejándonos de aquella política de líderes preparados que destacaban por su intelectualidad y compromiso. Pero eso si, con mucha gente aplaudiéndoles.