Hay solo dos explicaciones posibles: puede que el universo haya diseñado un plan maestro para vengarse de mí o que una suerte de prejuicio psicológico me esté haciendo sentir -de forma equivocada- que tengo mucha más mala suerte de la que debería.
Sé que la segunda opción parece un poco absurda o tirada de los pelos, pero exploremos esta idea por un momento antes de volver a la teoría que me convierte en una víctima del universo.
Mis impresiones en torno a la victimización están basadas en el juicio de probabilidades. O saco una conclusión basándome en el principio de causalidad (como me olvidé el paraguas, llueve) o lo hago por asociación (las avispas prefieren mis sándwiches a los de los demás).
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