Una vez que el trauma está bajo control, el miedo es de poca utilidad y disminuye.
Martin Seligman
Sin llegar al extremo de alguna situación que hemos leído que ha ocurrido en Estados Unidos, en la que un comerciante recibió un disparo por solicitar a un cliente que se la pusiese dentro de su establecimiento, el uso, mal uso o no uso de lo que, por ahora, es una de las medidas que pueden evitar la propagación de la COVID-19, es uno de los principales obstáculos que están facilitando su propagación.
Probablemente usted también tenga una opinión a la hora de usarla. Pero, ¿de dónde viene esa opinión? ¿Es ideológica? ¿política? ¿filosófica? Sean cuales sean sus argumentos, ya sea que se trate de algunos, todos o ninguno de los anteriores, es muy probable que, al menos parte de su postura, esté arraigada en razones que la psicología puede explicar.
Vemos como, en diferentes foros, quienes usan la mascarilla, califican a quienes no lo hacen como egoístas, mientras que éstos les responden con que están siguiendo una imposición del gobierno sin fundamento, como ovejas en el redil. Lo cierto es que hay una explicación psicológica para que algunas personas se centren más en sí mismas, mientras que otras se centren más en bien común. Depende de cómo estemos orientados en nuestra vida, hacia nosotros mismos o hacia la comunidad, seremos más proclives a seguir unas normas -no solo la mascarilla-, que eviten que el coronavirus se propague con facilidad y que tienen un importante impacto en la salud colectiva..
Esta es una de las explicaciones, pero la psicología que subyace a la reticencia a utilizar la mascarilla es mucho más compleja y multicausal que lo que pueda ser el egoísmo.
Evaluación de riesgos
Todos evaluamos los riesgos de manera diferente, según nuestras percepciones, experiencias, creencias y expectativas. Las personas variamos respecto a los niveles de riesgo que podemos tolerar o estamos dispuestos a asumir.
Según sea nuestra evaluación de estos riesgos, seremos más o menos proclives al uso de la mascarilla. Pero nuestra tolerancia al riesgo viene muy determinada por la sensación de control o previsibilidad que pueda tener el asumirlo. No es lo mismo invertir en bolsa, bien asesorado, que lo que pueda ocurrir con un virus invisible con el que el riesgo es mucho más difícil de medir, especialmente cuando hay muchas personas que se arriesgan sin la más mínima garantía. Y eso nos puede afectar a nosotros directamente.
Lo peor en el caso de la COVID-19 es que la percepción de riesgo de quienes incumplen las medidas básica de prevención, está bastante condicionada por otras muchas razones que inciden directamente en su comportamiento.
Si el filtro de percepción es tan fuerte que puede llegar a distorsionar los hechos y la evidencia, nos encontramos frente a un serio problema para convencer a mucha parte de la población de la necesidad de las medidas de protección.
PseudoVerdad
Otro factor que puede estar en juego es lo que podríamos llamar «pseudoverdad». Cuanto más escuchamos algo que es falso, más plausible nos parecerá y podremos comenzar a creérnoslo. Si un una persona, grupo o una entidad influyente nos repite continuamente que la pandemia no es un gran problema y que, por ejemplo, la mascarilla no sirve de nada, más probable es que comencemos a dudar y a creernos una serie de argumentos inverosímiles y falsos con los que nos bombardean para sustentarlo.
Lo podríamos llamar «pensamiento mágico», algo difícilmente contrastable y que es explicado con un cóctel conspiranoíco que, por su propia falta de sentido, resulta irrebatible.
Comunicación
Otro factor a tener muy en cuenta es la dificultad que la mascarilla le añade a nuestra capacidad de comunicación. Perder gran parte de las expresiones faciales, como pueden ser las sonrisas o, el movimiento de los labios, es un enorme handicap que nos hace estar en contra de este elemento. Y no solo ocurre con las personas que tienen dificultades auditivas y que precisan de la lectura labial ¡todos los leemos como apoyo a nuestra escucha! ¿No les ha pasado tener la sensación de que la mascarilla también dificulta nuestra audición?
Es cierto, leer los labios proporciona información visual que complementa la información auditiva que recibimos cuando otras personas hablan. Si usamos una mascarilla, es más difícil entendernos.
Quienes experimentan dificultades para comunicarse con los demás tienen problemas con ellas. Aquellos que tienen dificultades para hablar, o que no hablan con claridad o complementan su forma de hablar con muchas expresiones faciales, son muchas de las personas que ven afectada su vida por algo que esconde gran parte de su rostro.
También quienes temen el rechazo o el aislamiento social, ser aburridos o poco interesantes, o tienen dificultades para establecer y mantener conversaciones, ven a la mascarilla como un elemento más que les incapacita y distorsiona su capacidad para relacionarse.
Percepción
La percepción también puede influir en la decisión de usar una mascarilla. Si percibimos que algo es amenazante, actuaremos de una manera, pero lo haremos de manera diferente cuando no consideramos que lo sea. Son aquellas personas que perciben las mascarillas como una violación de su libertad. Es en cierta forma algo relacionado con una visión egocéntrica cómo la que comentamos antes. Similar a poner en duda los límites de velocidad en la carretera, olvidando que, en caso de accidente puede que yo no sea el único perjudicado. Una percepción estrecha que obvia que vivimos en sociedad y que lo que hacemos unos, inevitablemente, afecta a los demás.
En este caso esta distorsión perceptiva se complica ya que el virus no es perceptible a la vista, el olfato, el gusto, el oído o el tacto. Es intangible, y por lo tanto, para muchos, no existe. Especialmente para aquellos que no se han contagiado -ellos o alguien cercano-.
Trauma
También pueden haber razones psicológicas más serias que condicionen el posicionamiento de algunas personas respecto a esta medida de protección.
Son personas que han experimentado un trauma significativo, y que pueden tener reacciones físicas que simplemente no pueden controlar. Para algunas personas que han experimentado violencia o abuso, tener algo envuelto alrededor de la cara puede ser angustiante y provocar que la respiración se vuelva más difícil y la frecuencia cardíaca aumente por la ansiedad que se experimenta.
Esto puede provocar que, para evitar usar mascarilla, muchas personas opten por el autoaislamiento en sus domicilios aumentando, en muchos casos, la sensación de indefensión y miedo que ya les puede producir la situación que estamos viviendo.
Otro aspecto relacionado con el trauma es lo que podríamos denominar «hipervigilancia», algo que experimentan muchas personas que habiendo superado una situación traumática, se ven rodeados de personas con la cara cubierta, lo que pueden vivir como una amenaza, especialmente si se produce en un entorno cerrado.
Son estos y otros aspectos, los que tenemos que tener en cuenta a la hora de establecer medidas como el uso de la mascarilla que, indiscutiblemente, entran en el ámbito personal y pueden recibir un enorme rechazo.
En psicología, sabemos que la negación es una algo muy poderoso cuando hay información desagradable que no queremos aceptar. Puede ser útil inicialmente para disminuir el impacto emocional de las malas noticias. Pero, a larga es una estrategia maladaptativa y una pésima forma de afrontamiento frente a una situación excepcional como la que estamos viviendo.