¿Por qué nos resulta tan difícil disculparnos o pedir perdón? A algunas personas un «lo siento», un «he cometido un error» o «me he equivocado», les es casi tan doloroso como ir al dentista para otras.
Nuestra habilidad para hacerlo parece estar directamente relacionada con la vergüenza o la culpa, que podamos sentir. Específicamente, con el miedo a que, pedir perdón, nos haga parecer como débiles o incapaces. Cuando sentimos haber cometido un error o haber «metido la pata», ofendiendo o hiriendo a alguien, nos invade un profundo sentimiento de incomodidad. Somos conscientes de que hemos roto algo, la confianza particularmente, y hemos producido un daño.
Nuestra respuesta a la violación de la sensibilidad de alguien puede ir en tres posibles direcciones.
No importarnos
Ocurre cuando nuestra estructura de personalidad es rígida o se ha endurecido. No registramos el dolor ajeno. Si ignoramos nuestro propio dolor, resulta muy difícil que consigamos entender o aceptar el daño que le hemos podido hacer a otras personas.
Puede ser realmente difícil manejarse con alguien que ha sido tan condicionado por la vergüenza, que termina distanciándose de nosotros. No nos ve porque su supervivencia depende (o eso creen) de mantener un cierto grado de aislamiento emocional. Si intentamos traspasar esa barrera, la respuesta puede terminar siendo mucho peor. Es como si, de golpe, dejáramos a alguien desnudo frente a una multitud que les observa. Su reacción puede ser impredecible e incontrolable.
Es lo que ocurre con los sociópatas. Puede ser por una infancia traumática o cualquier otra experiencia difícil; la empatía no entra dentro de su esquema emocional. No la sienten y resulta complejo entrenarles para ello.
Nos preocupa nuestra imagen
No hace falta ser telépata, para reconocer si alguien esta descontento con nosotros. Sin embargo, parece que hemos sido educados en la falsa creencia que disculparnos nos resta autoridad o la confianza necesaria por parte de los demás.
Ocurre con puestos de responsabilidad, tanto familiares como empresariales, políticos o deportivos. Admitir nuestros errores nos hace sentir vulnerables. Y la vergüenza vuelve a aparecer. Resulta muy complicado hacer entender que, es precisamente, todo lo contrario. Admitir nuestros errores puede ser un potente reforzador de confianza. Transmite diligencia, cercanía y capacidad de gestión emocional.
Es importante destacar que la disculpa debe ser sincera, y centrada en nosotros mismos.
No vale algo como “siento mucho que te sientas así” o “lamento haberte ofendido”. Estas dos frases no son disculpas. De hecho, lo que están haciendo es descargando la culpa en la excesiva sensibilidad de la persona que hemos ofendido.
Es el modelo de disculpa preferido de los narcisistas que, no pudiendo admitir su inconveniencia o falta de consideración, la intentan disfrazar de una debilidad de la otra persona.
Una disculpa sincera
Cuando pedimos perdón de forma genuina, es algo más que decir. “lo siento”. Solo cuando nuestras palabras, nuestro lenguaje corporal y nuestro tono de voz manifiestan un profundo reconocimiento del dolor que hemos causado, cuando el perdón sincero y aceptado puede producirse.“Siento realmente haberlo hecho” o “lamento mucho el dolor que te he causado”, son las formas más adecuadas de aceptar nuestra responsabilidad en el daño que hemos podido causar y seguir adelante.
Pedir perdón no significa inmolarnos o quedarnos paralizados por la vergüenza. Es natural que nos sintamos incómodos al hacerlo y que experimentemos un cierto nivel de ella.
Hemos herido a alguien, eso ha ocurrido. Aceptarlo, entenderlo y empatizar con la persona que hemos dañado, es el camino del verdadero proceso del perdón.