Lo que hay que cambiar en una persona es la consciencia de si mismo
Abraham Maslow
No es la primera ocasión que hablamos en Cámbiate, de la importancia -e inconveniencia-, de las etiquetas. Frecuentemente provocan que identifiquemos a las personas con características determinadas de las mismas, costumbres, o cualquier otro rasgo que se nos pueda venir a la cabeza.
Ocurre especialmente con el bienestar mental. Tenemos la tendencia a identificar e identificarnos con la enfermedad que padecemos: “Estoy deprimido, nervioso, soy psicópata o esquizofrénico”, son buenos ejemplos de estos usos que, como ya hemos comentado en otras ocasiones, no se extienden a otro tipo de trastornos o enfermedades digamos “más orgánicas”.
Este tipo de etiquetado identifica, generalmente para su perjuicio y prejuicio, a la persona que lo ostenta. Aunque, en muchas ocasiones, ni ella misma sea consciente de ello.
Y si vamos a la etiqueta que las comprende a todas, en el caso de la salud mental: los enfermos mentales, esta falta de tolerancia resulta ser mucho mayor, como muestra un estudio llevado a cabo por T. Gibbs recientemente publicado. La forma correcta de referirse, sería “personas con enfermedad mental”. Poniendo el énfasis en “personas”, y no en la etiqueta “enfermedad mental”
Como señala el autor:
“De esta forma se honra la cualidad de la persona como tal, separando su identidad de cualquier trastorno o diagnóstico que pudiese tener”
De hecho, este estudio constata como, incluso expertos con mucho años de práctica, mostraban un sesgo negativo cuando se habla de “enfermos mentales”.
El lenguaje que utilizamos, tiene efectos reales sobre la tolerancia y comprensión que mostramos a las personas con enfermedad mental. Y esto, más allá, de una cuestión lingüística, determina una forma diferente de ver la salud mental y su carencia o alteración.