Si vamos en la dirección adecuada,
todo lo que tenemos que hacer es continuar caminando
Tratar de controlar todo lo que ocurre a nuestro alrededor puede llegar a ser un auténtico problema pero, ¿Por qué ocurre?
Simplemente porque pensamos en lo que podría ocurrir si no lo hacemos. Aunque esto podría ser valido para muchas cosas, lo generalizamos a cada pequeño detalle de nuestra vida. Y es algo que nos puede hacer enormemente infelices.
La necesidad de control tiene sus raíces en el miedo pero también en las expectativas. Esperamos un resultado determinado, que estamos seguros que es el mejor para nosotros, porque, por supuesto, somos los que mejor sabemos lo que nos conviene. Asusta ¿verdad? A pesar de ello, la mayoría de nosotros, lo hacemos en mayor o menor medida.
Sin embargo, cuando construimos una solida autoconfianza y autoconocimiento, no necesitamos micromanejar el universo. Dejamos que fluya. Y nos abrimos a todo tipo de magníficas posibilidades que no parecían estar ahí cuando estábamos apegados a un camino “correcto”.
Otra de las ventajas de dejar de controlar es la energía. Mientras una obsesión porque las cosas sean de una determinada manera puede llegar a consumir toda, no hacerlo resulta en todo lo contrario. Es como si abriésemos todos nuestros sentidos al mundo, y recogiésemos energía de cada soplo de aire. Lo se, puede parecer un poco bucólico pero les aseguro que es así.
El control exige que tengamos un foco estrecho sobre las cosas, literalmente, apartando todo lo que se sale de aquello que esperamos que sea. Y esto es tremendamente agotador. Empeñamos una valiosísima energía que puede no estar cuando la necesitemos de verdad.
Lo opuesto consiste en observar, en calma, lo que ocurre a nuestro alrededor, respirando pausadamente y considerando, en cada momento, si es necesaria nuestra intervención o no.
Si dejamos que las cosas ocurran, descubriremos que son realmente pocas las ocasiones en las cuales tengamos que intervenir. Y resulta sorprendente como el resultado de este proceso deviene en una sensación de autocontrol, mucho más profunda que la que podríamos pensar en un primer momento.
Se trata, literalmente, de dejar de luchar con nosotros mismos. De conseguir aceptarnos en lugar de ir a una versión artificial de quienes somos. De parar de hacernos daño intentando entrar en unos esquemas que, simplemente, no son los nuestros. Soy consciente de que esto puede resultar contradictorio a lo que nos parecen educar. En resumen se trata de cambiar el “lucha por lo que quieres” por el “lucha por lo que eres”.
Al hacerlo, iremos encontrando, poco a poco, aspectos desconocidos de nosotros mismos que nos resultarán geniales, retadores, fascinantes … En muchos sentidos descubriremos un mundo en nuestro interior que puede resultar muchísimo más atractivo que cualquier oferta externa estereotipada. Y, lo que es más importante, descubriremos nuestra mirada, una forma genuina y propia de ver el mundo y las emociones que nos harán encontrar aventuras fantásticas.
No se trata de quedarse quietos. Todo lo contrario. Se trata de encontrar el punto de partida personal, íntimo, que hará del viaje una experiencia única. Y para hacerlo, lo primero que debemos encontrar es un buen compañero de viaje ¿Y quien mejor que quien late con nuestro corazón y piensa con nuestra cabeza?
Es este reconocimiento de nuestras propias inquietudes lo que hará, además de ser conscientes de que es lo que queremos y hacia donde debemos ir, es conocer que compañía querremos con nosotros. No todo el mundo tiene porque coincidir en nuestro sendero. Encontraremos personas en él que nos acompañarán durante un rato, otras que simplemente se crucen, y otras que no veremos … Pero seremos nosotros quienes estamos caminando, con nuestros propios pasos.