A medida que maduramos nos hacemos conscientes que la verdadera felicidad no está en lo que tienes, ni en tus titulaciones, ni en el tamaño de tu casa o el coche conduces. Es encontrar paz, bienestar y calma en tu vida lo que se convierte de pronto en lo más importante. Tu familia, el amor, las cosas que se miden en calidad, no en cantidad se colocan, casi inadvertidamente en primer lugar.
Cuanto mayores nos hacemos más comprendemos que la felicidad poco tiene que ver con el orgullo y el ego.
Tiene que ver con nuestros corazones y por lo que laten.
Cuando nos hacemos mayores, sí… Por eso es tan difícil educar a los jóvenes.