La felicidad compensa en altura lo que le falta en longitud
Robert Frost.
Llevamos tiempo hablando de felicidad, de optimismo, de positividad. Hemos dejado claro que más que una forma edulcorada de ver la vida, hablamos de una actitud en ella. Que no se trata de no ver lo que nos rodea, sino de elegir como lo vemos e interpretamos.
Pero la pregunta que les hago va un poquito más allá. Se me ocurre que si enseñamos felicidad, como actitud, probablemente conseguiremos todo aquello que nos llama la atención en las personas que le “ponen una sonrisa a la vida” a pesar de todas las dificultades que les puedan rodear.
Y ¿cómo podemos hacer esto? Yo creo que, en primer lugar, esto implica acción. Asumiendo que la vida nos va a dar golpes, que vamos a sufrir con circunstancias personales, familiares o sociales, duras; podemos tener dos opciones: una consiste en esperar, sin actuar, que sea “la vida” quien decida como estamos y que nos vapulee a su antojo. La otra es hacer acopio de “bienestar mental” para que cuando esto ocurra, tengamos un adecuado margen de encaje. Esta segunda opción se sale del concepto habitual de enfermedad y va hacia la búsqueda de un estado que no sea neutro, sino positivo de nuestra salud mental.
Aunque vacunarnos con optimismo, no es el objetivo principal de la psicología positiva, si es posible trabajar en nuestro bienestar mental día a día, saliendo de una actitud pasiva frente a él, a una constructiva, que nos ayude a ver las cosas con perspectiva amplia.
Como hemos comentado en otras ocasiones, la felicidad no es un estado. No llegamos a ella y allí nos quedamos. Estaremos tristes y felices muchas veces durante el día. Pero, mientras parece que nos preocupa mucho descubrir los motivos de nuestra tristeza, ya es hora que aprendamos a hacer lo propio con nuestra felicidad.
Y a eso nos dedicamos aquí.