La agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.
Federico García Lorca
La insatisfacción es tóxica. Convierte todo aquello que somos, en insuficiente, y nos lleva a vivir una vida de persecución utópica de una realidad inexistente. Leemos continuamente la necesidad de no conformarnos con nada si queremos progresar en la vida. Si queremos tener éxito. Y esto nos conduce inevitablemente a una espiral de desasosiego en la que no nos aceptamos y no nos valoramos.
A su vez, la insatisfacción es una potente arma de manipulación masiva. Está en el origen de la necesidad inexistente de tener cosas que no necesitamos. La base de la sociedad de consumo. De esta que nos ha hecho pensar que siempre debemos aspirar a tener más.
La insatisfacción no es sino una perversión de la natural y sana curiosidad y avidez de conocimiento del ser humano. Sustituye la reflexión y el aprendizaje, la escucha atenta y la conversación, por posesiones. Intenta llenar un vacío interior con elementos externos que no necesitamos en absoluto.
Mi propuesta de hoy no tiene nada que ver con la normal y sana necesidad de ir siempre un poco más allá. Solo pretendo que seamos conscientes que, en ocasiones, no apreciamos donde estamos por estar siempre pensando en donde queremos estar.
Hay quien llama a la insatisfacción, ambición. Y pretende dotarla así, con una pátina de deseabilidad legítima. Puede que esto tenga lógica en un punto de vista acumulativo de la vida. En una suerte de síndrome de Diógenes generalizado. Pero desde luego que no tiene nada que ver con la felicidad, la solidaridad o la compasión.
La insatisfacción, por último, causa ansiedad y nos puede llevar a la depresión. Pero de eso hablaremos otro día.
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