El odio es un borracho al fondo de una taberna, que constantemente renueva su sed con la bebida.
Charles Baudelaire
La traducción del término al castellano podría ser “los que odian”, y se refiere a aquellas personas que buscan o aceptan fácilmente toda la información que vean o encuentren sobre la persona, grupo … objeto de su odio. Da igual el tipo de información o la fuente de la que venga y, por supuesto, importa poco su veracidad o consistencia.
Estas personas “que odian” están sujetas al sesgo de confirmación que, en pocas palabras, acepta todo lo que confirma lo que ellos creen y rechazan todo lo que no. Aunque esto último sea cierto, fundamentado científicamente o comprobado por fuentes fiables.
Asimismo, están afectadas por el sesgo atencional que hace que tengan su percepción de lo que odian -o a quien odian-, afectada por sus preconcepciones previas (negativas) sobre los mismos. Nada de lo que pueda ir en contra de sus pensamientos excluyentes puede entrar en su espacio alterado de razonamiento.
Quienes odian -los haters-, presentan otros muchos sesgos como la percepción selectiva, que consigue que, simplemente, no vean otros argumentos que los confirmatorios de su odio o el efecto de enfoque, que les lleva a maximizar el más mínimo detalle negativo que apoye lo que ellos piensan.
Sería tentador pensar que estas personas están afectadas por algún trastorno mental, o qué tienen sus capacidades disminuidas, pero no es así. El odio, es simplemente, miedo a lo diferente, al conflicto o al debate franco de las ideas. Podríamos decir que es un trastorno del respeto, en el que se cree que lo que nosotros pensamos es la verdad absoluta y que todo aquello que lo contradiga no debe siquiera existir.
Entender, desde la perspectiva del pensamiento crítico, la mentalidad del hater, no es sencillo. Tenemos la tentación de acudir al diálogo, al contraste de ideas, a la evidencia científica o social. Pero no sirve. El hater no puede llegar hasta ahí. Porque piensa que todo lo que le digamos lo estamos haciendo para “convencerlo” de nuestras “ideas” equivocadas y, en cierta forma, malignas.
Aceptar que este tipo de individuos puede tener una gran influencia sobre muchas personas y llegar a manipularlas para que piensen lo mismo que él, es la primera piedra para entender la necesidad de fomentar una educación crítica no aleccionadora.
Entender que muchas personas -haters-, no son recuperables, aunque doloroso es, quizás la otra lección importante que debemos admitir.
Por mucho que nos duela.