Es muy común recordar que alguien nos debe agradecimiento, pero es más común no pensar en quienes le debemos nuestra propia gratitud

Johann Wolfgang Goethe

Las personas tienen dificultades para delegar. Es algo intrínsecamente humano. Bien porque no se confíe en uno mismo, o en los demás. Esta incapacidad viene definiendo a las estructuras jerárquicas y siendo objeto de los programas de entrenamiento de equipos de trabajo desde hace ya muchos años.

Pero ¿cómo puede afectarnos esta imposibilidad de delegar en nuestra vida diaria? Hay muchos de nosotros que tenemos el hábito de autorresponsabilizarnos de todo.

Puede ser de algo evidente. Hemos invitado a unos amigos a casa a comer. Queremos que todo salga bien. No puede ser de otra manera. Somos los anfitriones. Y este sería el punto justo de la medida de nuestra responsabilidad. Lo que hemos preparado, el conocimiento del tipo de comida o bebida que les puede gustar a nuestros amigos y, muchos otros detalles y su organización, recaen sobre nosotros. Lógico ¿verdad?. Pues así es. En este ejemplo, que nos servirá como punto de partida si lo es, pero todo no va de la misma forma.

He querido bautizar como Efecto Anfitrión, al otro tipo de situaciones que, bien sea por nuestra propia historia de aprendizaje o a las presiones que otros ejercen sobre nosotros, terminamos sintiéndonos responsables por ellas. A pesar de que no dependan de nosotros. Es uno de los mecanismos más básicos que pueden llegar a construir la dependencia emocional. Lo vemos en muchas de las relaciones humanas; contaminadas por esta indeseable forma de interactuar entre nosotros.

La dependencia emocional es la necesidad afectiva fuerte que una persona siente hacia otra. Frecuentemente se da en parejas, amistades o familiares. La dependencia emocional se puede manifiestar en lo afectivo, sexual, laboral, profesional, social o económico. Las personas con dependencia emocional necesitan excesivamente la aprobación de los demás. Cierta preocupación por “caer bien” incluso a desconocidos.

Este efecto anfitrión, que muchos sufrimos, se encuentra como un paso previo. Bien sea por querer agradar a otra persona, por una historia previa o por cualquier otra razón, asumimos la responsabilidad de situaciones que nos nos corresponden.

Pongamos, por ejemplo, la celebración de una cena familiar. Entre todos los hermanos hemos decidido un menu y cada uno se ha encargado de una parte de él. Hasta aquí todo bien. Pero ¿A qué hay un momento en el que sientes que la responsabilidad está recayendo sobre ti? Todos te miran, te preguntan sobre el siguiente plato o, lo que puede ser peor, te señalan la mala idea que ha sido traer este o el otro vino. Sin ser consciente de ello, asumes la culpa y comienzas a sentir el efecto anfitrión. ¡Aunque la cena sea con la familia de tu pareja!

Otro ejemplo puede ser las recomendaciones. Solícitamente acudímos en auxilio de alguien que nos pide, urgentemente, el teléfono de un mecánico para su coche. Le damos el de nuestro taller de confianza. Y ¡misteriosamente! pasamos a ser los dueños del taller y los receptores de las quejas por una forma u otra que les han tratado en ese sitio que les recomendamos.

Y así podríamos estar poniendo eternamente, ejemplo tras ejemplo, de situaciones en las cuáles, sin ser conscientes de ello, nos autoerigimos en responsables de algo que no lo somos.

Probablemente esté relacionado con determinados roles que asumimos, asociados al género, la edad o la posición jerárquica en nuestra empresa. Pero lo cierto es que, de repente, estamos preocupándonos por lo que otros deberían porque, entre otras razones, les corresponde a ellos.

Así pues, se hace necesario una contínua revisión de aquellas cosas en las cuales nos comprometemos. Una a una. Si no lo hacemos así, es muy sencillo que los demás asuman que quien recoge la mesa, hace la cena o plancha la ropa, somos nosotros.

Y, además, el efecto anfitrión (como lo hemos bautizado) tiene algo en común con su hermana mayor, la dependencia emocional: al asumir los demás que somos quienes tomaremos las riendas de las situaciones, desaparece el agradecimiento y la empatía con lo que podamos estar aportando.

Y, aquello que estábamos haciendo para ayudar, para facilitar la vida a los demás o, simplemente por el bien común, pasa a ser, misteriosamente, nuestra responsabilidad para siempre.

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