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Es un placer saludarles desde el otro lado de la intimidad
Leonard Cohen, Concierto en Londres 2009
Hace unos días un buen amigo me llamaba para decirme que se iba…de Facebook. Que cerraba la cuenta y que no quería que yo pensase que era por algún tipo de enfado conmigo. Estaba llamando a los “amigos reales” (así me dijo), para comunicárselo personalmente. Además de agradecerle este gesto aunque no lo entendí del todo, le ofrecí mi ayuda por si no se encontraba bien.
“No pasa nada”, me dijo, “simplemente es que no he podido aguantar la presión de las actualizaciones, los comentarios a lo que pongo o a las fotos que cuelgo”. Lo decía el hombre verdaderamente angustiado.
Resulta verdaderamente curioso como, tras un tiempo, hay muchas personas que se hacen conscientes de lo que significa una red social. La envergadura que tiene y el grado de exposición en el que nos ponemos. Y se asustan.
No es extraño que, tras un tiempo, las exigencias de esta vida paralela que puede llegar a suponer un perfil en una red social, nos llegue a agobiar y que tengamos la sensación de no poder abarcarlo o que está fuera de nuestro control. Y esto es lo que le ocurría a mi amigo. Se le había ido de las manos y sentía que, aquello que hacía en la intimidad de su ordenador o smartphone y que compartía, se convertía en dominio público y se le escapaba de las manos.
Y no andaba desencaminado. Nuestra vida digital puede resultar más real de lo que nosotros pensamos y llevarnos a una sensación de desbordamiento mental. Por eso es conveniente que seamos conscientes, en todo momento de lo que estamos compartiendo en las redes.
Quizás el mejor consejo que me han dado nunca para hacerme ver lo que significa este nuevo espacio de relación es que sea piense que lo que publico es como si lo gritara en un estadio lleno de gente. Los más cercanos te oyen, otros pueden aguzar el oído y hacerlo y a una gran cantidad de ellos se lo contarán. Y ya no estará bajo nuestro control.