La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados
Groucho Marx
Esta misma semana la ministra de trabajo del Gobierno de España ha anunciado la puesta en marcha de un sistema de denuncia anónima por el cual los ciudadanos podrán comunicar a la autoridad correspondiente aquellas irregularidades que estimen en el cobro del desempleo o el impago de la seguridad social. A principios de este mes también conocimos que el gobierno canario estudia poner en marcha un sistema similar para luchar contra la economía sumergida.
Denunciar es el acto de acusar a alguien de hacer algo mal. En los casos anteriores implica comunicarlo a la administración para que investigue y, eventualmente, castigue a alguien.
Robert Gellately, reputado historiador, acuña en su esclarecedor ensayo Denuncias en la Alemania del siglo XX, el termino “cultura de la denuncia” para explicar como delatar se convirtió en una epidemia en la antigua Republica Democrática de Alemania. Gellately sigue este fenómeno hasta la Alemania nazi y la forma de actual de la Gestapo. Esta estrategia de la denuncia anónima e indiscriminada fue una parte esencial del brutal cambio que sufrió una de las naciones más civilizadas en solo diez años.
Esta estrategia consiguió destruir la convivencia que se genera cuando las personas vivimos en libertad y en paz, respetando la privacidad de cada uno. Reemplazó esta buena voluntad y tolerancia con sospecha, resentimiento, paranoia destruyendo cualquier traza de sociedad civil. Era como la versión psicológica de la “guerra contra todos” de Hobbes.
Con este tipo de propuestas se consigue que los ciudadanos juzguen, en la mayoría de los casos, sin conocimientos ni fundamento, a sus vecinos. Tras el posible beneficio de sacar a la luz a los “tramposos” podemos estar corriendo el peligro de instaurar un sistema que merme la convivencia y los valores tan necesarios para afrontar esta época tan delicada.
No me corresponde apuntar cuales son los mecanismos de lucha contra el fraude, pero si puedo destacar el enorme perjuicio que, para el bienestar psicológico de nuestra sociedad, suponen medidas de estas características.
Quizás las soluciones deberían orientarse más hacia la educación, pero es sólo una sugerencia.
2 respuestas
Totalmente de acuerdo. Y me voy a permitir opinar sobre los mecanismos de lucha contra el fraude: que los gobiernos hagan su trabajo, para el cual les pagamos. Se puede, se debe y además es muy urgente; claro que, naturalmente, deben empezar por ellos, ya que difícilmente un sistema corrupto puede castigar la corrupción.
Esa sería la idea Oarso.
Gracias por comentar!