La autoridad apremia a la obediencia, pero la razón persuade.
Cardenal Richelieu
Ahora que la «nueva normalidad» ha llegado, quizás es momento de refrescar algunos principios básicos que nos proporciona la psicología, para asegurar que las medidas que se proponen, son asumidas y consolidadas por la ciudadanía. Para ello quizás sería conveniente revisar de dónde partimos.
Pensamos que la información que necesitamos está disponible. Las normas y medidas que se proponen se comprenden y todos tenemos claro que, para evitar que el COVID19 rebrote, debemos seguirlas escrupulosamente.
Pues no.
Hay muchos condicionantes que pueden mediatizar el mensaje que queremos dar. A la hora de comunicar, deberíamos tenerlos muy en cuenta. Especialmente si somos expertos sanitarios, autoridades o responsables políticos, hay principios fundamentales de la psicología que pueden resultar de gran ayuda.
Primacía (priming)
Este es un principio que explica cómo la información está influenciada por el entorno en la que la presentamos. Ruedas de prensa interminables, con gráficas monótonas, consiguen que, quien está viéndolas, desconecte casi desde el principio. Las identifica con mensajes políticos similares a «los de siempre» y logran que, antes de que tengamos tiempo de proponer medidas, quien atiende, deje de hacerlo.
Frente a esto, las comunicaciones deberían hacerse desde escenarios diferentes -relacionados con lo que estamos comentando-, para conseguir que el público asocie el mensaje con el entorno. Si vamos a hablar de las medidas a seguir en playas o piscinas, quizás sería buena idea, llevar a cabo una rueda de prensa desde un entorno costero y aprovechar también para destacar las medidas a tomar en cuenta en terrazas o restauración.
El «priming» también puede ayudarnos a conseguir el cumplimiento mediante la solicitud de compromiso. Apelar a lo que podemos hacer para contribuir, funciona mucho mejor que recitar una serie de normas sobre lo que no podemos hacer. Lo primero nos hace sentir parte y activa nuestro sentimiento de pertenencia, mientras lo segundo nos separa del mensaje, que vivimos como una imposición y un intento de control.
Expectativas
Del mismo modo, debemos considerar cuidadosamente cómo enmarcamos nuestras expectativas. Largas intervenciones plagadas de cifras, datos, valoraciones, política … no van a conseguir que nos «enganchemos» con lo que nos están pidiendo. Seguir transmitiendo mensajes orientados a soluciones futuras -como vacunas o tratamiento-, nos hace activar un mecanismo de «locus de control externo«, que consigue que no nos planteemos que es lo que nosotros podemos hacer para contribuir a nuestra salud colectiva.
Por esto es muy importante que nuestros mensajes sean concisos, claros y sencillos, enmarcados en intervenciones muy cortas y concretas. ¿Qué puedo YO hacer, en este momento, para evitar que el virus rebrote? es la pregunta qué debemos responder, proponiendo a la comunidad que se implique en ello.
Debemos huir, además, de la solicitud a los ciudadanos para que se conviertan en «vigilantes» de los comportamientos ajenos. Esto nos distancia, de nuevo, de la responsabilidad propia y consigue que veamos que son otras personas las que tienen que cambiar, no nosotros.
Las personas respondemos con más entusiasmo y compromiso cuando se nos piden tareas simples que podemos cumplir con un esfuerzo moderado.
Modelo
Un clásico de la psicología sin duda. Hacemos aquello que vemos. Produciéndose, además, un efecto de difusión de la responsabilidad, cuanto más personas vemos que lo hacen.
Es lo que ocurre con grupos de personas que se saltan las reglas. Lo hacen unos pocos y se contagia el resto. Es como si pensáramos que cuanto menos gente hay, menos posibilidad de que me toque. Una interpretación totalmente errónea de la probabilidad. «saltándose las reglas».
Para esto, tampoco sirve la activación de la denuncia ciudadana o «policía de los balcones» -que tanto se puso de moda durante el confinamiento-. Una vez más esto dispara el locus de control externo.
En lugar de plantearnos como sancionar a quien incumple -que también debemos hacerlo-, resulta mucho más útil mostrar como la mayoría cumplen las medidas. Si no lo hacemos así, estamos cayendo en otro efecto psicológico, el sesgo negativo, que puede llegar a conseguir que comportamientos aislados eclipsen a los comportamientos adecuados de la mayoría de las personas.
Al anclarnos en lo positivo, aprovechamos la dependencia subconsciente que todos tenemos de la heurística de disponibilidad para basar nuestras propias acciones en ejemplos observados recientemente. Así como necesidad general de los humanos de cumplir con los estándares del grupo (efecto bandwagon).
Si promocionamos el comportamiento responsable y seguro, estaremos aprovechando estos efectos y principios psicológicos en beneficio de la salud colectiva.
Por último, debemos considerar a los colectivos que puedan ser más proclives al incumplimiento de las normas. Tradicionalmente, esto papel se le asigna a los más jóvenes, a quienes estigmatizamos y culpabilizamos olvidando, frecuentemente, nuestro pasado más o menos lejano.
Dar a la juventud opciones binarias -de premio y castigo-, no funciona. Competimos, como ya hemos comentado, con un efecto de difusión de la responsabilidad, al que se le une una potente presión de grupo y efecto señuelo. Frente a esto, es muy importante contar con la población objetivo y sus referentes, para poder propiciar un cambio de conducta. Va a resultar, por ejemplo, mucho más efectivo que un DJ popular, pinche con mascarilla, que cualquier mensaje del epidemiólogo mas reputado.
Un poco de persuasión, basada en la evidencia científica, puede contribuir en gran medida a salvar muchas más vidas.