Nos resulta más fácil aceptar una teoría de la conspiración porque la realidad es mucho más caótica, azarosa y difícil de asumir

Kate Starbird

Nuestra tendencia a creer en las conspiraciones es directamente proporcional a nuestra capacidad para manejar la incertidumbre o nuestra necesidad de control.

Una teoría de la conspiración es una explicación no convencional sobre algo, que suele implicar a grupos secretos, poderosos y a menudo siniestros. Es totalmente especulativo. Es decir no se basa en ningún tipo de evidencia científica o hechos verificados. Y aquí reside su enorme atractivo y, al mismo tiempo, su potencial peligro. Rizando el rizo, las teorías (u opiniones) desechan cualquier necesidad de ser contrastadas en un ejercicio de fe. ¿Cómo vamos a esperar que, quien nos engaña, nos diga que lo hace?, descartando así cualquier intento de comprobación.

Es uno de los enormes atractivos de las conspiranoias.

Una teoría de la conspiración no es contrastable porque cualquier evidencia en contra de la misma se atribuye a un encubrimiento y, paradójicamente refuerza la teoría. 

Cuando los científicos intentan tranquilizar a las personas “creyentes” de que los chemtrails consisten solo en vapor de agua normal, un creyente pondrá en duda al científico, nunca a sus propias creencias.

Pero hoy no vamos a desacreditar ninguna teoría de la conspiración en particular. Mi propuesta viene de la fascinación que siento por como caemos en ellas. ¿Qué mecanismos psicológicos están tras estos engaños, fraudes o, simplemente, opiniones?
La psicología nos puede ayudar a ello.

¿Por qué creemos en las teorías de la conspiración?

La psicología de las teorías de la conspiración nos propone tres motivos: epistémicos, existenciales y sociales.

Necesidad de una explicación (motivos epistémicos)

Tenemos la necesidad de reducir la incertidumbre y dar sentido al mundo. Éste puede ser aterrador, incontrolable y abrumador. Lo que ocurre a nuestro alrededor no parece tener ninguna explicación. Hay muchas lagunas en nuestra comprensión de cómo surgen las injusticias, los desastres. ¡o las pandemias!. Hay días en que nada parece tener sentido.

Por esto cuando aparece una teoría de la conspiración que parece darle sentido a lo que no se lo vemos, puede resultar muy atractiva.

Cuando las personas se sienten dominadas por la incertidumbre, es mucho más probable que encuentren atractivo una explicación que parece darle sentido a todo ¡por muy disparatada que sea!. Algo especialmente cierto para quienes tienen una permanente necesidad de cierre cognitivo, quienes se sienten profundamente incómodos si no obtienen respuestas.

Seguridad y control (motivos existenciales)

Lo señalado en el punto anterior nos lleva a tener una profunda necesidad de sentirnos seguros y tener control sobre nuestro entorno. Estas teorías nos ofrecen una apariencia de seguridad y predictibilidad. Literalmente, todo lo que ocurra, lo podrán explicar en base a sus peregrinas propuestas. Ofrecen una supuesta verdad cuando nos sentimos inseguros y, en cierto modo, asustados.

Creer que la razón de la enfermedad de un persona querida deriva de los intereses farmacéuticos tras las vacunas, y que están son las causantes de dichas dolencias le da sentido a algo que nos hace sentir muy impotentes.

Nos da la posibilidad de culpar a alguien de nuestras desdichas y nos proporciona la oportunidad de rechazar las narrativas oficiales, ofreciendo un pequeño consuelo ante nuestra inseguridad.

¿Cómo echan raíces las teorías de la conspiración?

Hemos visto algunas de las razones por las que las personas estamos “preparadas” para recibir con los brazos abiertos a las teorías y teóricos de la conspiración. Pero ¿cómo arraigan algunas de ellas en la mente de las personas?
Una pregunta difícil que no tiene una sola respuesta. La psicología, de nuevo, nos puede dar algunas claves


Sesgo de confirmación

Este fenómeno es la tendencia de nuestro cerebro a buscar información que respalde lo que ya creemos. Esto puede llevarnos a hablar con personas que sabemos que están de acuerdo con nosotros o a hacer búsquedas en internet, qué confirmen aquello que ya creemos y haciendo clic solo en los enlaces que muestran lo que estábamos buscando.

Lo que lo empeora es que no somos buenos para recordar de dónde provienen nuestras ideas de conspiración.

Cuando leemos teorías de conspiración persuasivas, tendemos a a recordar falsamente que siempre habíamos creído en ello.

Autoalimentación

Podríamos suponer que el arraigo de una determinada teoría en la mente de alguien depende de su credibilidad. De que su contenido sea plausible y, en cierto modo, contrastable. Pero no es así. Éste no es lo más relevante.

Que adoptemos una determinada teoría conspirativa, depende más de nuestra propensión a creer en ellas.

Creer en las teorías de la conspiración es su propio combustible.Cuanto mas creemos en unoa de ellas, más probable es que creamos en las demás, incluso si se contradicen entre ellas.

Paradoja

Como ya hemos comentado las teorías de la conspiración se alimentan de un profundo anhelo de seguridad y control. Y, por supuesto, es en épocas inciertas como las que vivimos, donde encuentran su mayor caldo de cultivo. Estas teorías nos ofrecen una explicación, por muy peregrina que nos parezca y, aparentemente nos dan aquello que necesitamos. Pero la triste verdad es que no es así. De hecho, puede tener el efecto contrario.
Cuando las personas están expuestas a las teorías de la conspiración, inmediatamente sienten que tienen menos control . Y no se trata solo de sentirse mal: creer en las teorías de conspiración hace que las personas desconfíen del gobierno, incluso cuando las teorías no están relacionadas con el gobierno. También provoca el desencanto con las autoridades de salud pública y los científicos. 

Esta desconexión puede ser un serio problema cuando los gobiernos y las autoridades intentan convencer a las personas de que sigan las pautas de salud pública, como vacunar a sus hijos o distanciarse por seguridad durante una pandemia.

Comprender la psicología de las teorías de la conspiración es más importante que nunca. En muchos sentidos están diseñadas para atraer a nuestros cerebros en tiempos estresantes e inciertos. Aprender a manejar nuestra ansiedad ante la incertidumbre y no caer en explicaciones disparatadas que ahonden todavía más en nuestra sensación de indefensión, anulando nuestra mente crítica, esa que pide evidencia para entender y acepta que no todo puede estar bajo control, sigue siendo la perfecta vacuna contra estas teorías.

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