Muchas veces es valor el conservar la vida
Lucio Anneo Sénneca
El pasado día 10 de septiembre fue el Día Mundial de Prevención del Suicidio. En España cada año se suicidan entre 3.600 y 3.700 personas, lo que supone 10 muertes al día; 2,5 cada hora. El 75% de quienes lo hacen, son hombres. Son muchas más las que lo intentan, según algunos expertos del doble. Estas muertes duplican a las que se producen anualmente por accidentes de tráfico.
A pesar de la prevalencia de esta realidad, seguimos afrontándola como un tabú. Algo de lo que se habla muy poco y, en muchas ocasiones, con ideas preconcebidas o falsos mitos. Nuestra sociedad presenta el suicidio como como una sentencia, una situación permanente y que caracteriza a un individuo. La ideación suicida es una señal de que la persona está sufriendo y debe buscar tratamiento.
Hoy desmontaremos algunos de los mitos sobre el suicidio. K. Fuller nos apunta, en un reciente artículo, cinco de ellos, que bien pueden refutar algunas confusiones.
El suicidio solo afecta a personas con un problema de salud mental.
No es así. Muchas personas con enfermedades mentales no se ven afectadas por pensamientos suicidas y no todas las personas que lo intentan o mueren por suicidio tienen enfermedades mentales. Otro tipo de enfermedades, situaciones estresantes de la vida, pérdida de trabajo o desahucio, o pérdidas familiares, u otro tipo de situaciones críticas también se asocian con pensamientos, intentos o suicidio.
Una vez que una persona es suicida, siempre lo será.
La ideación suicida es a menudo específica de una situación determinada.
El acto de suicidio es un intento de controlar emociones y pensamientos profundos y dolorosos que una persona está experimentando en un momento o época determinada. Una vez que se disipen, también puede hacerlo la ideación suicida. Si bien los pensamientos suicidas pueden regresar, no son permanentes.
La mayoría de los suicidios ocurren de repente sin previo aviso.
Las señales de advertencia, verbales o conductuales, pueden preceden a la mayoría de los suicidios. Es importante aprender a comprenderlas ya que solo las suelen mostrar a las personas más cercanas. Es posible que estas personas no reconozcan lo que está sucediendo, y así es cómo puede parecer que el suicidio fue repentino.
Las personas que mueren por suicidio son egoístas y toman la salida fácil.
Las personas no mueren por suicidio porque no quieren vivir; las personas mueren por suicidio porque quieren poner fin a su sufrimiento. No lo hacen por elección, lo hacen por desesperación.
Hablar sobre el suicidio lo fomentará.
En realidad es todo lo contrario. Existe un estigma generalizado asociado con el suicidio y, como resultado, muchas personas tienen miedo de hablar de ello. Hacerlo no solo reduce el estigma, sino que también permite a las personas buscar ayuda, replantearse sus pensamientos y compartir su historia con otros. En muchas ocasiones, los pensamientos suicidas se alimentan de la vergüenza y de la sensación de incomprensión del que los sufre. Entender que existen y que podemos hablar sobre ello es un paso crucial para conseguir reducir su incidencia.
¿Cómo podemos ayudar?
El propio tabú del suicidio contribuye a que muchas personas pasen el trance de pensar en ello, a solas. O, peor aún, sintiendo que su dolor se minimiza o se ignora. Aunque no es sencillo ayudar a alguien con ideación suicida y siempre deberemos orientarle a un servicio específico de salud mental.
El primer paso cuando alguien está pensando en quitarse la vida y cuenta con nosotros para compartir esta idea es evitar juzgar o minusvalorar lo que siente. Intenta hablar con él o con ella desde el corazón. Ten en cuenta que no hay cosas correctas o incorrectas si lo haces así. Demuestra que te importa mostrando empatía y atención.
La escucha es el segundo paso importante a tener en cuenta en una situación de estas características. Una persona suicida generalmente lleva consigo una carga que siente que puede manejar. Escucha mientras se desahoga te puede además dar pistas de si hay algo que tú puedas hacer para ayudar.
El tercero de los pasos para ayudar es la comprensión, paciencia y tranquilidad. Es natural que podamos sentirnos preocupados o, inclusos asustados. No temamos mostrarlo. Si nosotros las reflejamos, contribuiremos a que la persona también lo haga.
Un cuarto paso nos debe llevar, si es necesario, a buscar ayuda. Orientar a la persona a un profesional de la salud mental o a una línea de ayuda, son buenas opciones que pueden desastacar un ciclo de pensamientos que puede parecer inevitable.
Por último, si nos vemos en una situación de urgencia en la que alguien está intentando quitarse la vida o a punto de hacerlo, mantengamos siempre la calma y llamemos a los servicios de emergencia, sin dejar a la persona sola.
Entre todos podremos contribuir a que quién pueda estar pensando en suicidarse, no lo haga y se ponga en manos de profesionales de la salud mental.