Hacer el retrato de una ciudad es el trabajo de una vida, y ninguna foto es suficiente, porque la ciudad está cambiando siempre. Todo lo que hay en la ciudad es parte de su historia: su cuerpo físico de ladrillo, piedra, acero, vidrio, madera, como su sangre vital de hombres y mujeres que viven y respiran. Las calles, los paisajes, la tragedia, la comedia, la pobreza, la riqueza.
Berenice Abbott

Personas felices hacen ciudades felices. Puede que resulte simple como hipótesis de partida, lo admito. Pero lo cierto es que es así de sencillo.

Vayamos por partes. ¿Qué define la felicidad? ¿Qué nos hace decir que lo somos o que, alguien lo es?

En primer lugar la felicidad tiene que ver con la capacidad de saborear los momentos, de disfrutar las situaciones que nos presenta la vida, siendo consciente de ellas y exprimiéndolas totalmente. No es ir más despacio, que también, es más ir más centrado en donde y en como estás. Y para ello es esencial la consciencia de comunicación humana y empática. Y este puede ser nuestro segundo punto.

Interactuar con las personas, en este caso, los habitantes de la ciudad, es lo que nos da una sensación de pertenencia. Compartir un saludo, un comentario sobre el tiempo o dar las gracias a alguien que nos presta un servicio o nos ayuda a encontrar una dirección, son f magníficas formas de conseguirlo.

Esto nos hace apreciar lo bueno que hay en la vida y, además, combate nuestra posible sensación de soledad. También nos ayuda a superar el sesgo negativo que muchas veces nos lleva a apreciar primero lo que pueda estar mal antes de hacerlo con lo que está bien.

Y esta es otra de las propuestas. Si nos empeñamos en lo que no nos gusta de nuestra ciudad, se produce un curioso efecto contagio que provoca que se estreche cada vez más el ámbito de lo que nos gusta. Por supuesto que no estoy hablando de no intentar mejorar servicios o infraestructuras. No es conformidad, es todo lo contrario. Es la aceptación de lo que va bien, lo que nos llevará a trabajar con una mejor actitud para cambiar lo que no está tan bien. En definitiva, aprovechemos el efecto contagio en nuestro beneficio, en positivo.

Participación. Lo se. Mucho había tardado en traerlo a la luz. Pero me van a permitir que le de una vuelta. La felicidad está íntimamente asociada con dos sensaciones: sentido y propósito. Y esto, en muchas ocasiones, resulta realmente complicado conseguirlo en nuestra vida ciudadana.

Por esto la participación que propongo tiene que ver, de nuevo, con la consciencia. Sólo siéndolo, podremos huir de la indefensión que, en muchas ocasiones, sentimos en nuestras ciudades. Pueden ser obras, festivales en la calle o días de la bicicleta. Si no sabemos porque se hacen e, incluso, participamos en algunas de ellas, va resultar difícil que le encontremos significado.
Caminemos. Otro de los clásicos. Indudablemente hacerlo, tiene unos inmensos beneficios para nuestra salud. Pero va mucho más allá de esto. Hacerlo nos conecta. Nos hace interactuar con la ciudad y con las personas que en ella viven. Y son estas conexiones las que construyen nuestra felicidad.

Aprendamos optimismo. Si, lo se. Casi nada lo que nos pides. ¿Tú sabes como están las cosas? Pues si, por supuesto. Pero esto es una elección. Podemos mantenernos quietos, lamentándonos y esperando a que las soluciones vengan de fuera o, lo contrario. Y esto no es otra cosa que la actitud positiva, que lleve a la acción. Aunque sea difícil. Pero seamos conscientes que es lo único que realmente asegura una postura activa hacia el cambio. Incluso si nuestros planteamientos son críticos. Tiene que ver con el protagonismo que decidamos tomar. Uno positivo nos hace participes. Uno negativo nos convierte en meros espectadores.

El optimismo tiene, además, un efecto inmunoprotector psicológico que es la base de la resiliencia. Y es este último aspecto, el que termina determinando el carácter de una ciudad. La capacidad de afrontar las situaciones difíciles con un planteamiento constructivo. Es así de sencillo. La resiliencia es esta característica personal y comunitaria que consigue que personas comunes sean capaces de actos extraordinarios de generosidad y solidaridad. Es una “magia común”, que se puede construir. Y sus ladrillos son la empatía y la compasión. La forma en la que conectamos con las personas que nos rodean, que componen nuestro vecindario, nuestro barrio, nuestra ciudad en definitiva. Trabajar por una meta juntos, nos proporciona una sensación de progreso y de logro que fortalece nuestra sensación de comunidad.

La belleza de un programa comunitario basado en la psicología positiva es que tiene el poder de contagiar socialmente. Enseñando hábitos de felicidad, no solo conseguiremos que quien participa los consiga, sino que los comparta con familia y amigos, con su entorno laboral y de ocio. Obtenemos así, una onda que se incrementa y expande el bienestar construyendo resiliencia individual y comunitaria.

La psicología puede interpretar, en clave de relaciones, la vida en las ciudades. Al fin y al cabo, son una una forma de vivir en común. Lo que hace que las ciudades tengan vida, respiren, amen y, en definitiva, sean lugares que formen parte de nuestra experiencia íntima somos las personas. Convivir, relacionarse, amar, aprender, observar, ayudar ……

Todas estas, y muchas otras experiencias, tienen lugar en donde vivimos, en donde trabajamos, en nuestra ciudad.

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