Es un complicado equilibrio en el que vivimos.
Queremos conocernos a nosotros mismos pero dependemos mucho de lo que lo que piensan de nosotros.
Muchas personas manifiestan que les importa bien poco lo que piensen los demás pero, en el fondo, somos criaturas sociales y sentimos la necesidad de encajar en nuestro mundo. Los seres humanos estamos diseñados para ser interdependientes. De hecho la ansiedad social es una reacción innata que presentamos ante la amenaza de la exclusión. Y es muy común. Sentirnos no aceptados en un grupo nos desequilibra y nos deprime.
Es la habilidad para intuir como nos ven los demás lo que nos capacita para conectar auténticamente con los demás y sentir la satisfacción que acompaña a esta sensación. No todos somos igual de diestros para detectarlo. Tenemos que confiar en lo que la psicología denomina metapercepción, que no es otra cosa que las ideas que tenemos sobre lo que otras personas piensan de nosotros.
Cada uno de nosotros tiene una forma particular de valorar a los demás, al igual que sus propias percepciones de si mismo. Y este estilo de valoración de otros esta condicionada por la nuestra propia. Alguien que conocemos nos evaluará bajo su propia óptica y nosotros haremos lo mismo. Esta forma de actuar presta consistencia a su modelo de evaluación. Y no es sencillo cambiarlo. Sin cambiar la forma en que nos vemos a nosotros mismos.
Nuestras personalidades y auto concepto pueden ser bastante consistentes a lo largo del tiempo. Pero esto dependerá del grado de cambio o innovación que tengamos en nuestras vidas. Es lógico pensar que, aunque podamos ser las mismas personas, si nuestras circunstancias vitales o personales cambian, nosotros también lo hagamos. Esto que, puede resultar muy obvio con el paso del tiempo, también se manifiesta cuando vemos a la misma persona en diferentes contextos. Por ejemplo, en una reunión de trabajo o más tarde, tomando unas copas con amigos.
La verdad es que, hasta que no nos conozcamos a nosotros mismos, nadie podrá conocernos con certeza. Porque, por mucho que nos digan, lo que los demás piensen u opinen de cómo somos o como deberíamos ser, no tendrá ningún efecto beneficioso sobre nosotros, sino está fundamentado en un profundo conocimiento personal, basado en la aceptación. Y esto es incontestable.
Porque el camino hacia nuestro conocimiento personal es eso, personal. Y aunque puede contribuir a él, lo que opinen muchas personas, nunca puede ser condicionado por ello. Es más, si lo que estamos es pendientes a lo que otros opinan de nosotros, nos desviaremos de él. Y a veces por un buen trecho.
Una de las propuestas más atractivas de la psicología llamada de tercera generación, el mindfulness, incide especialmente sobre ello. El término mindfulness no tiene una traducción exacta al español. Puede definirse como una atención y conciencia plena del momento presente. Es decir, se trata de centrarse de un modo activo y reflexivo en el aquí y el ahora, en contraposición a la fantasía o el soñar despierto. Y su aplicación al autoconocimiento se basa en la aceptación.
Aceptándonos naturalmente, tal y como somos, tanto si pensamos que es positivo o negativo, agradable o desagradable, es la única forma de ver el cuadro completo de nosotros mismos. Lo haríamos como un observador que abriera nuestra mente y observara lo que en ella hay, sin valorar ni juzgar, sin decir «esto está bien» «esto está mal, «esto es horrible», «esto es maravillo», «esto es sucio»… Se acepta tanto la experiencia como las reacciones a ellas, considerándolas naturales y normales. Así pues, las emociones negativas se ven como normales, no como algo horrible de lo que hay que huir, sino como parte de una experiencia humana que es necesario vivir.
Porque si no lo hacemos así, difícil va a ser que lleguemos a conocernos y a entendernos. Si somos nosotros mismos los que nos censuramos una parte, que pensamos no nos va a gustar de nuestra forma de ser, difícil va a resultar que consigamos saber que queremos potenciar, que queremos mejorar. En definitiva hacia donde queremos ir como personas.